El destacado científico colombiano Manuel Elkin Patarroyo, conocido mundialmente por haber desarrollado la primera vacuna sintética contra la malaria, falleció a los 78 años. La Universidad Nacional de Colombia confirmó su deceso, rindiendo homenaje a uno de los más grandes referentes de la ciencia en el país y en el mundo. Su legado trasciende la innovación científica, dejando una huella imborrable en la lucha contra enfermedades tropicales y en la formación de nuevas generaciones de investigadores.
Nacido en 1946 en el municipio de Ataco, Tolima, Patarroyo estudió Medicina y Cirugía en la Universidad Nacional de Colombia, donde más tarde también ejercería como profesor. Su espíritu inquieto lo llevó a especializarse en Inmunología y Virología en Estados Unidos, marcando el inicio de una carrera que lo situaría en la vanguardia de la ciencia mundial. Fue director del Instituto de Inmunología del Hospital San Juan de Dios de Bogotá, donde gestó investigaciones que redefinieron los estándares de la salud pública en el país.
El hito más destacado de su trayectoria fue la creación de la primera vacuna sintética contra la malaria en la década de 1980, un avance que le valió el reconocimiento internacional y múltiples premios, como el galardón de la Academia de Ciencias del Tercer Mundo en 1990. Aunque su vacuna generó controversias en la comunidad científica, el impacto de su trabajo abrió nuevas posibilidades en la investigación de enfermedades que afectan a las poblaciones más vulnerables del planeta.
Gabriela Delgado, decana de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional, describió el fallecimiento de Patarroyo como una pérdida irreparable para el país. “Su legado no se limita a la creación de la primera vacuna sintética. Lo más valioso fue la formación de generaciones de investigadores que hoy trabajan en centros de investigación de todo el mundo. Nos mostró que desde Colombia se pueden lograr avances que cambien la vida de millones”, afirmó.
El Instituto de Inmunología del Hospital San Juan de Dios, bajo su liderazgo, no solo fue pionero en la investigación médica, sino también en la formación de magísteres y doctores en salud cuando el país aún carecía de un marco normativo para posgrados. Su compromiso con la ciencia no se reducía a los laboratorios: creía profundamente en la democratización del conocimiento y en el potencial de la educación para transformar sociedades.
Patarroyo también enfrentó retos y críticas a lo largo de su carrera. Su decisión de donar la patente de su vacuna a la Organización Mundial de la Salud fue recibida como un gesto de compromiso con la humanidad, aunque no estuvo exenta de debates éticos y científicos. A pesar de las polémicas, su convicción en la necesidad de priorizar la salud global sobre los intereses comerciales nunca flaqueó.
Su legado ha sido reconocido tanto en Colombia como en el extranjero. Fue miembro de la Academia Nacional de Medicina de Colombia y profesor asociado en prestigiosas instituciones como la Universidad Rockefeller de Nueva York y la Universidad de Estocolmo en Suecia. Su labor fue premiada con distinciones como el Premio Nacional de Ciencias de Colombia y el Premio del Estado de São Paulo.
La partida de Patarroyo ocurre en un momento donde la ciencia y la investigación enfrentan enormes desafíos, desde pandemias globales hasta el cambio climático. Su vida y obra nos recuerdan la importancia de apostar por la ciencia como herramienta de cambio y de invertir en el talento de las nuevas generaciones.
Con su muerte, Colombia pierde a uno de sus más grandes científicos, pero su espíritu perdura en las vacunas que previenen enfermedades, en los investigadores que forman parte de su legado y en los ideales de servicio que defendió hasta el final. El país y el mundo guardan luto, pero también celebran la vida de un hombre que dedicó su existencia a salvar millones de vidas.
Manuel Elkin Patarroyo, un hijo del Tolima y un ciudadano del mundo, deja un vacío inmenso, pero también un ejemplo de cómo el conocimiento puede cambiar la historia. Su obra continúa inspirando a quienes, como él, creen que la ciencia puede y debe estar al servicio de la humanidad.