Visa negada, orgullo intacto: el curioso tono del ministro Florián

En el ya extenso listado de funcionarios del Gobierno Petro cuyas visas a Estados Unidos han sido revocadas, el ministro de la Igualdad, Juan Carlos Florián, es ahora el nuevo nombre que se suma. La noticia, sin embargo, no fue filtrada por diplomáticos ni replicada con tono grave por la Cancillería. Fue el propio ministro quien, con una mezcla de ironía y reivindicación política, se encargó de anunciarlo públicamente, como si se tratara no de una sanción diplomática, sino de una medalla ideológica.

“Soy otra más de las personas del gabinete ministerial de Colombia a quien le fue cancelada la visa para viajar a los Estados Unidos”, escribió Florián en sus redes sociales. Lo hizo sin disimulo y con aire triunfalista, aludiendo al “orgullo” de haber estado presente en el discurso que el presidente Gustavo Petro pronunció ante la ONU el pasado septiembre, discurso que se ha convertido en eje de controversia bilateral y, ahora, en posible causa común para la revocación de visados.

El gesto del ministro, más que un acto informativo, pareció una declaración simbólica. En su narrativa, el castigo no lo deslegitima: lo ennoblece. La revocatoria de visa, lejos de interpretarse como un revés diplomático, es presentada como prueba de fidelidad ideológica, como si en el actual clima político, la sanción estadounidense fuera una suerte de condecoración no oficial al compromiso con la causa del presidente.

Pero el gesto también desnuda el deterioro de las relaciones entre Bogotá y Washington. La lista de funcionarios sancionados sigue creciendo y, con cada nombre añadido, se amplía la brecha institucional entre ambos gobiernos. Lo que antes se trataba con discreción diplomática hoy se ventila en redes sociales con tono de militancia. La política exterior ha entrado en el terreno de los símbolos y las emociones, y eso, en asuntos de Estado, rara vez es un buen augurio.

No deja de ser inquietante que en lugar de abordar estos episodios con autocrítica o al menos con cautela, algunos miembros del Ejecutivo elijan celebrarlos. La visa, que representa acceso, apertura y cooperación, ahora se usa como herramienta de identidad política, como si perderla fuera equivalente a ganar una batalla cultural. Se corre el riesgo, entonces, de trivializar la diplomacia, convirtiéndola en otro escenario más de confrontación ideológica.

La decisión del gobierno estadounidense, aunque no explicada públicamente con nombres y razones específicas, parece tener un patrón claro: respuestas a declaraciones y conductas que en Washington consideran incendiarias, desafiantes o directamente contrarias al espíritu de cooperación entre aliados. La posición de Estados Unidos es severa, pero no ambigua. La de Colombia, en cambio, oscila entre la desestimación pública y la exaltación simbólica.

En medio de ese vaivén, la pregunta inevitable es si se está construyendo un relato de resistencia o simplemente tapando una serie de fracturas con discursos épicos. Porque más allá del orgullo personal o del impacto en redes, la política exterior exige coherencia, estrategia y diplomacia. Y hasta ahora, lo que se acumula son gestos, no avances; cancelaciones, no consensos.

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