Una nube dulce, disfrazada de inocencia, se expande silenciosa por los patios de los colegios, los baños de las universidades y las esquinas de los parques en Antioquia. Es el vapor de los cigarrillos electrónicos, un hábito que ya no es exclusivo de adultos o jóvenes rebeldes, sino que empieza, según revelan recientes estudios, desde los 13 años o incluso antes. Una edad en la que aún se colorean sueños con crayolas, pero en la que ya se enciende un dispositivo con nicotina. La alarma está encendida, y alcaldías, instituciones educativas y autoridades sanitarias comienzan a movilizarse con campañas pedagógicas y sanciones que buscan frenar lo que ya se percibe como una epidemia silenciosa.
El más reciente Estudio Nacional sobre consumo de sustancias psicoactivas en población escolar, realizado en 2023, reveló que el 22,7 % de los estudiantes encuestados en Colombia había probado alguna vez un vapeador o cigarrillo electrónico. Más inquietante aún: el 8,3 % de los niños entre 12 y 14 años aseguró haberlo usado en el último mes. Estas cifras no son solo estadísticas frías: retratan una generación expuesta desde muy temprano a un hábito cuyas consecuencias para la salud aún se están dimensionando, pero que ya deja señales de alerta en pulmones jóvenes y cerebros en desarrollo.
En Antioquia, la situación no es menos grave. Instituciones educativas reportan un incremento sostenido de casos de consumo dentro de las aulas, incluso en primaria. Por eso, algunas alcaldías municipales —como las de Envigado, Itagüí y Medellín— han comenzado a desplegar acciones concretas: campañas de sensibilización, inspecciones aleatorias, y reglamentaciones internas que prohíben el ingreso de vapeadores. Universidades como la de Antioquia y la Pontificia Bolivariana también han declarado espacios libres de humo y vapor. Pero la pregunta persiste: ¿es suficiente la pedagogía cuando detrás hay una industria astuta, con estrategias de marketing camufladas y sabores que seducen como caramelos?
La industria del vapeo ha sabido maquillar su rostro. A través de ONG, voceros médicos con conflictos de interés y estudios dudosos, ha promovido la idea de que vapear es menos dañino que fumar cigarrillos tradicionales. Bajo ese argumento, ha penetrado discursos públicos y ha confundido a padres, educadores y hasta legisladores. Pero la ciencia está empezando a levantar la cortina. Investigaciones médicas recientes han evidenciado que los vapeadores no solo contienen nicotina —altamente adictiva—, sino también metales pesados, sustancias cancerígenas y compuestos que alteran la función pulmonar y cardiovascular.
El discurso que promueve el vapeo como una “alternativa menos dañina” ha sido desmontado por asociaciones científicas internacionales y organismos de salud pública. No es casualidad que la Organización Mundial de la Salud haya advertido sobre su uso en jóvenes como “una nueva forma de adicción”. En Colombia, la falta de regulación específica y los vacíos en la vigilancia sanitaria han permitido que estos dispositivos lleguen a cualquier esquina, sin restricciones claras de edad o contenido. El mercado —muchas veces informal— se nutre del anonimato y de la ingenuidad.
Los padres, muchas veces, no saben siquiera cómo luce un vapeador. Para ellos, puede pasar como una memoria USB, un pequeño marcador, una curiosidad tecnológica. Pero para los adolescentes se ha convertido en símbolo de pertenencia, de rebeldía ligera, de diversión disfrazada de modernidad. La conversación familiar al respecto es casi inexistente, y el sistema educativo aún carece de herramientas contundentes para educar de forma efectiva sobre los riesgos. Mientras tanto, el hábito se normaliza y se propaga con rapidez.
Hoy, cuando las cifras comienzan a ser irrefutables, Antioquia —y Colombia entera— debe decidir si espera ver las consecuencias en los hospitales o si actúa ahora, con políticas integrales que incluyan regulación estricta, educación masiva, control de venta y sanciones ejemplares. Porque más allá del vapor aromático que llena el aire, lo que realmente está en juego es la salud y el futuro de una generación que aún no ha terminado de crecer, pero ya empieza a pagar el precio de una moda peligrosa.