En la noche sombría del Atanasio Girardot, cuando el silencio del estadio dijo más que cualquier arengazo, la derrota de Atlético Nacional ante Millonarios no solo significó la eliminación del conjunto verde en la Liga BetPlay, sino que dejó expuesto el futuro de un proyecto que venía tambaleando. El principal blanco de las críticas, como suele suceder, fue el director técnico. Pero Javier Gandolfi, lejos de esconderse, dio la cara y con voz serena respondió lo que todos querían saber: no renunciará.
El técnico argentino compareció ante los medios en una rueda de prensa que tuvo más de confesionario que de protocolo. “Cuando llegué a la institución firmé un contrato por dos años. No lo firmé por objetivos puntuales, lo firmé por un proyecto. Si no, entonces habría que cambiar el formato del contrato”, declaró. Su tono fue el de quien reconoce la herida, pero no la abandona. Con esa frase, dejó claro que su compromiso con Nacional no se agota con una eliminación.
El resultado fue doloroso, no solo por lo que representa perder en casa ante un rival clásico, sino porque se trató de un equipo al que le faltaron respuestas en momentos clave del semestre. El hincha, siempre impaciente, no perdona tropiezos, y mucho menos en una plaza tan exigente como Medellín. Sin embargo, Gandolfi apeló a la calma, a la idea de un proceso que necesita más tiempo que reacciones viscerales.
En el corazón de su discurso, hubo una defensa implícita del oficio del entrenador: aquel que no puede prometer solo victorias, pero sí trabajo, coherencia y visión. “Hay objetivos que sí logramos y este, tristemente, no”, reconoció. La frase no es un consuelo, sino una advertencia: los proyectos deportivos no son líneas rectas, y los fracasos parciales son, a veces, parte de una curva mayor que apunta hacia la solidez.
Gandolfi no desconoce la crítica. Sabe que dirige a uno de los equipos más grandes del país, una institución con historia, presión y una tribuna que no perdona la mediocridad. Pero también entiende que el verdadero técnico se forma en la adversidad. Su permanencia no será por testarudez ni orgullo, sino por convicción: la de que su visión aún puede dar frutos, si se le permite echar raíces.
La directiva, por ahora, respalda el proceso. Y aunque los ecos del fracaso inmediato aún resuenan en los medios y en los pasillos del club, hay quienes apuestan por la continuidad como un acto de madurez institucional. Nacional no es un equipo que desconozca lo que cuesta reconstruirse. Ya lo ha hecho antes. La pregunta, entonces, no es si Gandolfi va a renunciar, sino si el proyecto tiene el soporte y la paciencia necesarios para sobrevivir al primer gran tropiezo.
Mientras tanto, el balón deja de rodar, pero la polémica sigue su curso. La hinchada, dividida entre la decepción y la esperanza, observa. Y Gandolfi, con su equipo técnico, vuelve al tablero: porque perder un torneo no significa perder una idea. Al menos no todavía.