Por semanas, los ecos del Congreso han repetido la misma pregunta: ¿dio o no Álvaro Uribe Vélez la orden de enterrar el referendo del gobernador de Antioquia, Andrés Julián Rendón? La duda, sembrada en los pasillos del Capitolio, ha dado pie a múltiples interpretaciones, especialmente por la manera abrupta en que naufragó el proyecto en la Comisión Primera del Senado. Algunos medios no dudaron en apuntar a una directriz del expresidente como causa directa. Pero la historia, como casi siempre en la política, tiene matices más complejos.
Lo cierto es que el referendo de Rendón —que buscaba eliminar el artículo que prohíbe la extradición de nacionales por delitos políticos— no cayó por una decisión de última hora, ni por una jugada maestra en las sombras. Cayó, más bien, por falta de ambiente. No el ambiente mediático, ni siquiera el político, sino el más difícil de conquistar: el de la opinión pública. Desde mucho antes de la votación, en los círculos del Centro Democrático ya se discutía con escepticismo la pertinencia de apoyar una propuesta que, si bien era coherente con el discurso de mano dura, no conectaba con las necesidades ni las prioridades del país en este momento.
Las senadoras Paloma Valencia y María Fernanda Cabal, dos de las figuras más visibles del uribismo, no estuvieron presentes el día de la votación. Su ausencia fue interpretada por algunos como una señal clara de obediencia a una supuesta instrucción de Uribe. Pero fuentes cercanas al partido revelaron que la decisión de no respaldar el referendo se tomó en conversaciones previas, sin necesidad de imposiciones. En otras palabras, no hubo línea, porque no fue necesaria: el consenso ya estaba construido. El proyecto no convencía y se percibía más como una carga que como una bandera.
El resultado fue lapidario: 8 votos en contra, 7 a favor y 6 ausencias. El referendo, que había recogido más de tres millones de firmas en todo el país, no superó la prueba. Pero más allá del resultado, lo que inquieta a algunos es el posible quiebre entre Rendón y el uribismo tradicional. Rendón, una figura emergente con gran visibilidad en Antioquia y un discurso que conecta con sectores conservadores, parecía hasta hace poco un heredero natural del legado de Uribe. Hoy, sin embargo, empieza a perfilarse como un actor con voz propia, capaz de incomodar incluso dentro de su propia casa política.
El expresidente Uribe, por su parte, ha guardado prudencia. No ha salido a desmentir ni a confirmar versiones. Tampoco ha dado señales de incomodidad con el gobernador. Pero quienes lo conocen bien saben que Uribe no es dado a las rupturas ruidosas. Prefiere el silencio estratégico, los gestos mínimos que dicen más que las palabras. Y si algo ha dejado claro en su carrera es que no todos los desacuerdos terminan en expulsiones: a veces, simplemente, se convierten en distancias.
Para Rendón, la derrota del referendo podría ser apenas una escaramuza en una carrera política que apenas despega. Para el Centro Democrático, en cambio, es una señal de que el partido ya no gira en torno a una única voluntad. Las nuevas generaciones empiezan a marcar sus propios ritmos, y aunque la sombra de Uribe sigue siendo larga, ya no es total. En este episodio, más que una orden incumplida, lo que se evidenció fue un cambio de dinámicas dentro del uribismo: una transición silenciosa, pero firme.
Así, la historia del referendo truncado no es solo la de un proyecto que se cayó. Es, sobre todo, el retrato de un momento político: el del uribismo enfrentando su madurez, con líderes que ya no esperan directrices sino que toman decisiones por convicción. Un movimiento que alguna vez fue monolítico, y que hoy se parece más a un coro con múltiples voces, no siempre afinadas, pero cada vez más autónomas.