La nueva política migratoria que prepara el expresidente Donald Trump para su eventual retorno en 2026 ha puesto en alerta a millones de viajeros alrededor del mundo. En el corazón de la reforma fiscal que propone, se encuentra un aumento sustancial en el costo de las visas de no inmigrante, incluidas las de turismo, trabajo y estudio. De aprobarse, los solicitantes deberán pagar una tarifa adicional de 250 dólares —cerca de un millón de pesos colombianos— justo en el umbral de la Copa Mundial de la FIFA, que se celebrará en suelo estadounidense. Lo que parecía una oportunidad de oro para mostrar un Estados Unidos vibrante y acogedor, podría terminar convertido en un autogol económico.
El texto de la ley, promovido por el Comité Judicial de la Cámara de Representantes con mayoría republicana, ha sido presentado bajo el ambicioso nombre de “ley fiscal grande y hermosa”, una frase que resuena al estilo grandilocuente de Trump. Según sus promotores, el objetivo es “fomentar la conducta legal entre los extranjeros”. Pero el mensaje que parece enviar al mundo es otro: no todos son bienvenidos. Y ese nuevo rostro más severo de Estados Unidos podría tener consecuencias directas sobre la economía, el turismo y su imagen global.
Para Colombia, el impacto no es menor. Solo en los primeros seis meses del actual mandato de Trump —tras su regreso a la Casa Blanca— se han rechazado más de 106.000 solicitudes de visa de colombianos, un aumento estruendoso del 2.844% respecto al mismo período del gobierno Biden. La visa americana, ya difícil de obtener, se transforma así en un privilegio aún más lejano, golpeando a miles de familias que sueñan con visitar, estudiar o trabajar en el país del norte.
El turismo, una de las industrias más lucrativas de Estados Unidos, también alzó su voz. Geoff Freeman, presidente de la Asociación de Viajes de Estados Unidos (USTA), fue categórico: “Aumentar las tarifas a los visitantes internacionales legales equivale a un arancel autoimpuesto a una de las mayores exportaciones de nuestro país: el gasto en viajes internacionales”. En 2024, los turistas extranjeros dejaron más de 254.000 millones de dólares en Estados Unidos, una cifra que habla por sí sola sobre la importancia de este sector.
El aumento en el costo de las visas no llega en cualquier momento. Coincide con uno de los eventos más globales del planeta: el Mundial de Fútbol, que se celebrará en Estados Unidos, México y Canadá en 2026. Se espera una oleada de turistas, hinchas, equipos y medios de comunicación internacionales. Pero este nuevo impuesto parece ir en contravía del espíritu de apertura que debería marcar un evento de tal magnitud. ¿Será que en nombre del orden migratorio se está sacrificando el atractivo global?
Más allá de lo económico, la medida lanza un mensaje simbólico y político. Es la continuación de una narrativa donde se fortalece la frontera, se endurecen los requisitos y se mira con recelo al extranjero. Si bien cada país tiene derecho a proteger sus intereses, hacerlo a costa de crear barreras injustificadas a quienes quieren entrar por la puerta legal puede resultar contraproducente. Y, en este caso, profundamente antieconómico.
En lugar de reforzar su imagen como potencia hospitalaria y moderna, Estados Unidos podría estar erosionando uno de sus activos más valiosos: su capacidad de atraer talento, turistas e inversión internacional. Porque una vida más cara no solo cuesta dinero; cuesta oportunidades, experiencias y puentes que se van desmoronando, uno a uno, ante el peso de una burocracia que, lejos de abrir el mundo, parece querer cerrarlo.