Una súplica en Washington: Gutiérrez y Eder ante la sombra de la descertificación

En una escena poco habitual, dos alcaldes colombianos se convirtieron en embajadores improvisados de una causa nacional que, según parece, el propio Gobierno ha manejado con desdén: evitar que Colombia sea descertificada por Estados Unidos en la lucha contra el narcotráfico. Federico Gutiérrez, desde Medellín, y Alejandro Eder, desde Cali, viajaron a Washington con un mensaje urgente: que la decisión no castigue a todo un país por los errores de un gobierno central. En la capital estadounidense se reunieron con Christopher Landau, subsecretario de Estado, y otros funcionarios clave. La respuesta, sin embargo, fue más fría que comprensiva.

Con datos, argumentos y preocupación legítima, los alcaldes expusieron el impacto devastador que una descertificación traería: más allá del golpe simbólico, la pérdida de alrededor de US$453 millones en cooperación, según cálculos de AmCham Colombia, pondría en jaque programas sociales, de seguridad y asistencia que hoy sostienen —aunque precariamente— territorios al borde del colapso. Los funcionarios norteamericanos escucharon, tomaron nota, pero no ofrecieron promesas. En los pasillos se respiraba más cálculo geopolítico que solidaridad hemisférica.

Y es que el contexto no favorece. La política exterior de Estados Unidos, aún bajo la retórica menos explosiva del actual gobierno, no ha renunciado a las sanciones como herramienta de presión. La descertificación no solo frenaría ayudas bilaterales, sino que también activaría barreras arancelarias, bloqueos crediticios con multilaterales como el FMI y el BID, y, sobre todo, enviaría un mensaje político lapidario: Colombia ya no es un socio confiable en la lucha antidrogas. En tiempos donde los cultivos ilícitos se han disparado y los grupos criminales diversifican sus economías ilegales, la narrativa oficial ya no convence ni siquiera a los aliados tradicionales.

International Crisis Group lo advirtió con crudeza en su último informe: una descertificación total o parcial empujaría a Colombia a redefinir su política exterior. Aunque ese giro sería lento, podría implicar nuevas alianzas, menos dependencia de Washington y un rediseño forzado del modelo de cooperación internacional. Pero todo eso son hipótesis. Lo concreto es que la incertidumbre ya tiene fecha: el 15 de septiembre, Estados Unidos decidirá si aprieta el botón rojo. Hasta ahora, lo más probable es una certificación parcial con waiver, una figura de gracia con la que ya se castigó al país en 1997, bajo el gobierno de Ernesto Samper.

Ante este panorama, la pregunta inevitable es: ¿qué está haciendo el Gobierno Petro? La respuesta es, en el mejor de los casos, ambigua. En las últimas semanas, el presidente sorprendió al abrirle nuevamente la puerta a la aspersión aérea con glifosato, una medida que él mismo había desechado en campaña y durante tres años de mandato. La justificación fue el avance de los grupos criminales en zonas de cultivo, no la amenaza estadounidense. Aun así, el anuncio fue recibido como un intento tardío de mostrar cooperación, más por cálculo diplomático que por convicción política.

Pero el gesto llegó tarde. La decisión que se tomará en Washington no se basa únicamente en anuncios, sino en resultados. Y los resultados, según reportes internacionales, no son alentadores: aumento en hectáreas de coca, poca efectividad en interdicción, debilitamiento institucional en zonas rurales y una estrategia nacional confusa. La visita de Gutiérrez y Eder, aunque bien intencionada, es también un símbolo del vacío: los gobiernos locales llenando los silencios de un Ejecutivo ausente en uno de los frentes más delicados del tablero internacional.

El riesgo de la descertificación va más allá de las estadísticas. Es una prueba de credibilidad, de coherencia y de voluntad política. Y si algo ha quedado claro en esta historia es que, ante el juicio de Estados Unidos, no bastan las palabras ni las súplicas diplomáticas: se requieren hechos concretos. Mientras tanto, Colombia camina al borde del abismo, con la esperanza colgada de una reunión y el futuro de una cooperación que, por ahora, pende de un hilo.

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