Una casa en Osaka, una tormenta en Bogotá

La participación de Colombia en la Exposición Universal de Osaka, en Japón, lejos de convertirse en un motivo de orgullo nacional, ha encendido una nueva hoguera política en el escenario local. La controversia gira en torno a la inversión de más de 11 millones de dólares por parte del Gobierno Petro en la llamada Casa Colombia, un pabellón cultural y comercial destinado a mostrar lo mejor del país en uno de los eventos internacionales más importantes del calendario global. Para unos, una apuesta estratégica. Para otros, una extravagancia inadmisible en tiempos de austeridad.

La senadora María Fernanda Cabal, férrea opositora del actual gobierno y figura visible del Centro Democrático, no ha ahorrado adjetivos para calificar el gasto. “Es indignante”, sentenció, al tiempo que contrastó esta inversión con lo que, a su juicio, son prioridades desatendidas por el Ejecutivo: salud, educación, vivienda. La también precandidata presidencial ha convertido este episodio en una de sus banderas recientes, acusando al gobierno de incoherencia frente a su propio discurso de “apretón fiscal”.

El debate no es menor. La exposición de Osaka congrega a más de 180 países y representa una vitrina sin precedentes para el turismo, el comercio y la inversión extranjera. Colombia, que ha estado históricamente ausente de este tipo de escenarios, busca ahora posicionarse como un actor relevante en el ámbito internacional. El problema, sin embargo, no es tanto la participación como el costo: 11 millones de dólares —más de 43 mil millones de pesos— en medio de una narrativa de escasez fiscal, resulta difícil de justificar sin levantar suspicacias.

Desde el Gobierno, voceros de ProColombia han defendido la inversión como una apuesta a largo plazo. Sostienen que la presencia en Osaka permitirá fortalecer relaciones comerciales con Asia, promover productos nacionales y atraer inversiones en sectores estratégicos. Para ellos, se trata de una política de “diplomacia económica” que va más allá del corto plazo, y que busca insertar al país en una dinámica global cada vez más competitiva.

Pero la crítica no se detiene allí. Cabal también arremetió contra los recursos destinados por el Gobierno en eventos como el Foro Económico Mundial en Davos, donde Colombia mantuvo una presencia activa en los últimos años. Para la senadora, estas acciones forman parte de una estrategia “cosmética” y desconectada de las urgencias reales del país. Su lectura es clara: hay prioridades desdibujadas y una desconexión entre el discurso social del presidente y sus decisiones presupuestales.

Esta discusión revela un dilema clásico en la gestión pública: ¿cómo equilibrar la proyección internacional con las necesidades domésticas? ¿Hasta qué punto es legítimo invertir en imagen país cuando hay carencias internas que demandan atención urgente? Son preguntas que no tienen respuestas fáciles, pero que hoy se instalan con fuerza en el centro del debate político colombiano.

En lo inmediato, el escándalo puede verse como una oportunidad aprovechada por la oposición para desgastar al gobierno en un momento en que la economía da señales de desaceleración. Pero también obliga al Ejecutivo a repensar su estrategia de comunicación y rendición de cuentas. No basta con hablar de “transformación” si la ciudadanía no percibe beneficios tangibles de esas apuestas internacionales.

Al final, el pabellón en Osaka seguirá en pie, brillando entre los de otras naciones, mientras en Colombia se libra otra batalla retórica. Y es que en política, muchas veces, el símbolo pesa más que la sustancia. Una casa a miles de kilómetros puede convertirse en el epicentro de un terremoto político en casa.

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