Trump suaviza su discurso comercial: ¿giro estratégico o presión económica?

En un tono que contrasta notablemente con su habitual retórica de confrontación, el expresidente estadounidense Donald Trump sorprendió al anunciar que sería “muy amable” en una eventual renegociación arancelaria con China. La declaración, realizada desde Washington, sugiere un viraje en la postura comercial de quien, durante su administración, defendió con firmeza una política de tarifas elevadas como instrumento de presión sobre Pekín.

“Los aranceles caerán si alcanzamos un acuerdo”, afirmó Trump, dejando abierta la puerta a una distensión que hace apenas meses parecía improbable. La afirmación no es menor: marca un cambio de tono en un momento en que la economía estadounidense enfrenta presiones internas por la inflación persistente, las tensiones geopolíticas y una creciente dependencia de cadenas de suministro globales que se han visto afectadas por el conflicto arancelario.

Desde que comenzó la guerra comercial entre Washington y Pekín en 2018, ambos países han intercambiado múltiples rondas de tarifas que han afectado no solo a sus propias economías, sino también al comercio global. Sectores agrícolas, manufactureros y tecnológicos en EE. UU. han presionado por una solución más pragmática, conscientes de que las tarifas terminan encareciendo insumos y productos básicos para el consumidor estadounidense promedio.

El viraje de Trump podría interpretarse como una respuesta a esas presiones. Aunque no ocupa actualmente la Casa Blanca, su influencia sobre el Partido Republicano y su rol como precandidato presidencial le dan peso político. Su mensaje moderado, en ese sentido, no solo busca recuperar terreno económico, sino también ampliar su base de apoyo más allá del ala dura de su electorado.

El secretario del Tesoro, Scott Bessent, también apuntó en esa dirección al calificar de “insostenible” el estancamiento arancelario. Sus palabras, alineadas con las de Trump, refuerzan la percepción de que Washington podría estar preparando el terreno para una reconfiguración de sus relaciones comerciales con China. Un eventual acuerdo implicaría no solo ajustes tarifarios, sino también compromisos estratégicos en áreas como propiedad intelectual, acceso a mercados y cooperación tecnológica.

Aun así, la desconfianza persiste. La relación entre ambos gigantes sigue marcada por fricciones diplomáticas, especialmente tras las recientes insinuaciones de la Casa Blanca sobre el origen de la COVID-19. Trump fue claro en señalar que no abordará ese tema durante las negociaciones, consciente del rechazo que genera en Pekín cualquier vinculación del virus con sus laboratorios. Es una omisión calculada que refleja la delicadeza del momento.

El gesto de moderación no necesariamente significa debilidad, sino realismo político. China sigue siendo uno de los principales tenedores de deuda estadounidense y el segundo socio comercial de EE. UU. La retórica beligerante puede ganar titulares, pero en la práctica, la interdependencia obliga a una diplomacia más sofisticada. Trump, hábil lector del tablero político, parece entender que para ganar terreno electoral necesita ofrecer también señales de estabilidad económica.

En última instancia, esta posible distensión podría abrir un nuevo capítulo en la relación bilateral más trascendental del siglo XXI. Si las palabras de Trump se traducen en hechos, estaríamos ante una muestra de que incluso los discursos más duros pueden ceder ante la lógica de los intereses comunes. Y aunque la historia reciente sugiere cautela, lo cierto es que, al menos por ahora, la guerra comercial entre EE. UU. y China parece dar un paso hacia la tregua.

Deportes