La noche del 8 de abril quedará grabada como una herida profunda en la memoria colectiva de República Dominicana y del mundo del espectáculo latinoamericano. Lo que prometía ser una velada de fiesta y música con la presencia del legendario Rubby Pérez, terminó en tragedia cuando el techo de la discoteca Jet Set colapsó en pleno concierto. Las cifras estremecen: al menos 184 personas fallecidas, decenas de heridos, familias rotas y un país sumido en el luto.
Casi 24 horas después del suceso, las labores de rescate pasaron del frenesí por encontrar vida a la dolorosa tarea de recuperar cuerpos entre los escombros de concreto, acero y desesperanza. Más de 370 socorristas, apoyados por equipos del Centro de Operaciones de Emergencia (COE), han trabajado sin tregua, luchando contra el tiempo y el peso de la tragedia. Entre los fallecidos, el propio Rubby Pérez, cuya voz se apagó en medio del derrumbe, dejando un vacío inmenso en la música tropical.
En medio del silencio impuesto por el luto, una voz rompió el mutismo: la del empresario Antonio Espaillat, dueño del icónico local nocturno, quien se encontraba fuera del país al momento del siniestro. A través de un video publicado en las redes oficiales de Jet Set, Espaillat ofreció sus condolencias con un tono sereno pero profundamente afectado: «No hay palabras suficientes para expresar el dolor que genera este acontecimiento; lo que pasó ha sido devastador para todos».
Lejos de esquivar responsabilidades, el empresario aseguró estar completamente dispuesto a colaborar con las autoridades en la investigación de los hechos, así como en las labores de rescate. “Seguimos en comunicación constante con el COE”, afirmó, al tiempo que reiteró su compromiso de acompañar a las víctimas y sus familiares. “Cada decisión, cada paso, tiene un solo propósito: estar a la altura de su dolor”, dijo.
La discoteca Jet Set, un emblema de la vida nocturna caribeña y punto de encuentro de generaciones, se convirtió en segundos en un símbolo del colapso humano y estructural. Las preguntas sobre el estado del edificio, las condiciones de seguridad y la respuesta inicial no tardaron en emerger, alimentadas por la rabia y la necesidad de justicia. ¿Pudo haberse evitado? ¿Se habían reportado fallas previas? ¿Qué protocolos estaban en marcha?
El gobierno dominicano ha prometido una investigación a fondo. Las familias exigen respuestas, pero sobre todo, dignidad para sus muertos. En medio del caos, se han multiplicado los gestos de solidaridad, los homenajes espontáneos, las oraciones colectivas y los lamentos que no encuentran consuelo. La música se ha silenciado, pero el dolor canta en cada rincón del país.
En las redes, miles de mensajes han transformado el nombre de Rubby Pérez en un himno. No solo por su legado musical, sino por la forma en que su vida, irónicamente, se fundió con el escenario. Murió como vivió: cantando. Y ese último acto se convirtió, trágicamente, en su despedida. Los videos del concierto interrumpido estremecen por lo que muestran y por lo que ya no podrán mostrar.
Hoy, el Caribe llora. Y con él, una región entera que ve cómo la tragedia no distingue entre alegría y desgracia. El eco de esta noche aciaga en Jet Set retumbará por mucho tiempo. No solo por sus consecuencias, sino por la urgente necesidad de que nunca más un lugar de encuentro se convierta en tumba colectiva. Porque la memoria duele, pero también exige verdad.