Semana Santa sobre ruedas: entre la fe y el peligro en las carreteras de Colombia

Cada año, cuando llega la Semana Santa, Colombia se mueve. Millones de ciudadanos viajan por las carreteras para reencontrarse con sus familias, cumplir promesas religiosas o, simplemente, disfrutar de unos días de descanso. Pero con ese fervor también se despliega una sombra: la de los accidentes viales, que en solo tres meses de 2025 ya han dejado más de mil muertos y miles de heridos en las carreteras del país.

El caso de Yaneth García, quien salió expulsada por la puerta trasera de un bus en movimiento en El Carmen de Viboral, es uno de tantos que evidencian las falencias del sistema de transporte público y la fragilidad del usuario común frente a la negligencia. Su historia, que terminó en cirugía y una Semana Santa de recuperación en casa, es un espejo de una tragedia silenciosa que se repite en distintas versiones a lo largo del territorio nacional.

Con 9 millones de vehículos previstos en circulación y más de 3 millones de pasajeros en terminales de transporte, las autoridades se enfrentan a un verdadero desafío logístico y humano. La Policía de Tránsito ha desplegado 183.000 efectivos, y el monitoreo será constante desde un Puesto de Mando Unificado que operará día y noche. La intención es clara: prevenir lo que se ha vuelto, por inercia, una cifra luctuosa tras cada puente festivo.

Pero la prevención no se decreta desde un despacho. Requiere coordinación interinstitucional, cultura ciudadana, mantenimiento vial, y también decisiones difíciles: controlar la velocidad, sancionar el exceso de cupos, garantizar la revisión técnico-mecánica de los vehículos de transporte público y restringir la circulación de carga en momentos críticos. Sin esas acciones, todo plan se vuelve declaración vacía.

Es particularmente preocupante el aumento de siniestros en corredores turísticos y zonas rurales, donde el control es más laxo y los estándares de seguridad se disuelven entre la informalidad y la costumbre. Mientras en las grandes ciudades hay operativos visibles, en las vías terciarias reina el sálvese quien pueda. Y en esos tramos olvidados, como el que transitaba Yaneth García, la vulnerabilidad es doble: por falta de control y por ausencia de infraestructura adecuada.

Las campañas de concientización no deben ser un cliché estacional. La seguridad vial no puede ser una bandera solo durante Semana Santa o Navidad. La Agencia Nacional de Seguridad Vial tiene ante sí el reto de conectar la estadística con el ciudadano, de convertir las cifras frías en historias que conmueven y transformen. Porque cada número es un nombre, un proyecto de vida truncado, una familia rota.

En esta Semana Santa, el llamado no es solo a la prudencia, sino a la corresponsabilidad. Conducir no es un derecho absoluto: es una responsabilidad compartida con quienes van al lado, enfrente y atrás. Y quienes dirigen buses, motos o taxis, transportan más que pasajeros: llevan sueños, historias y esperanzas que no deberían terminar en una cuneta.

Que la reflexión de estos días santos no se quede solo en los templos. Que llegue también a los motores, a los cinturones de seguridad, a los frenos y a los espejos. Porque en la carretera, como en la vida, no siempre hay segundas oportunidades.

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