El temor se ha convertido en una presencia constante entre los cerros de San Antonio de Prado, uno de los corregimientos más golpeados por la actual temporada invernal en Medellín. Lo que comenzó como una alerta preventiva por la inestabilidad de un talud, hoy ya suma 82 viviendas evacuadas, y un panorama que lejos de calmarse, se torna cada vez más incierto. La montaña no cede, y la comunidad vive en vilo, entre la zozobra del desarraigo y la amenaza persistente de un desastre natural.
Las primeras cifras hablaban de 77 viviendas desocupadas, pero con el correr de las horas, el número fue en aumento. Al cierre de la tarde de este jueves, la Alcaldía confirmó que otras cinco casas fueron sumadas al listado, algunas por precaución extrema y otras que, aunque ya estaban deshabitadas, se encuentran dentro del área de mayor riesgo. La emergencia, como ocurre tantas veces en las periferias urbanas, revela no sólo la fragilidad geológica del terreno, sino también la vulnerabilidad social de quienes lo habitan.
Cerca de 50 familias han optado por auto albergarse en casas de familiares o amigos, improvisando su propio refugio con lo poco que lograron sacar. Otras más han sido acogidas en un hotel contratado por el Distrito, mientras el Departamento Administrativo de Gestión del Riesgo de Desastres (Dagrd) organiza el traslado de enseres y vigila el comportamiento del morro. La solidaridad improvisada, y no siempre suficiente, es el único muro que contiene el desarraigo.
A la par del acompañamiento social, cuadrillas de operarios trabajan sin descanso con maquinaria amarilla para aliviar la presión del terreno. La estrategia es clara: remover de forma controlada el material suelto en la parte superior del deslizamiento para reducir el riesgo de colapso. Sin embargo, la montaña es impredecible, y la tierra, saturada por las lluvias, responde con inestabilidad ante cualquier intervención. Es un trabajo minucioso, que avanza con la tensión constante de una posible tragedia.
El alcalde Federico Gutiérrez, quien ha estado al frente de los reportes oficiales, señaló que este caso refleja la complejidad de la actual temporada de lluvias y el desafío que representa para la ciudad. “Estamos haciendo lo necesario para proteger vidas. Pero hay que reconocer que esta es una situación muy delicada, que requiere acción técnica y también comprensión humana”, afirmó. La promesa de monitoreo constante y soluciones definitivas todavía no logra calmar la ansiedad de los habitantes.
El riesgo no es nuevo. San Antonio de Prado ha estado en la mira de los geólogos desde hace años por su configuración topográfica y el crecimiento desordenado de asentamientos. Sin embargo, es en momentos como este cuando se evidencia con crudeza la falta de planificación urbana, la presión de la informalidad, y la ausencia de soluciones estructurales para quienes viven en zonas de alto riesgo. La emergencia de hoy es también el resultado de años de acumulación de negligencias.
Mientras tanto, el paisaje en el corregimiento es el de una espera tensa: casas cerradas, calles a medio llenar, niños preguntando cuándo podrán volver, adultos empacando la vida en cajas improvisadas. La montaña no ha hablado del todo, pero su silencio pesa. Medellín, que tantas veces ha luchado contra su geografía, hoy debe hacerlo una vez más, no solo con maquinaria y evacuaciones, sino con una mirada profunda y responsable hacia los que viven al borde del abismo.