En un país donde el balón suele rodar más que rebotar, la historia de Samuel Hincapié Alzate irrumpe como una bocanada de aire fresco para el baloncesto colombiano. Nacido en Bello, Antioquia, este joven de 21 años ha desafiado las estadísticas y las expectativas al abrirse camino en la élite del baloncesto universitario estadounidense, con un sueño intacto: convertirse en el segundo colombiano en llegar a la NBA, después de lo hecho por Álvaro Teherán en los años noventa. Hoy, en una breve pausa, ha regresado a Medellín para recargar energías y mirar hacia atrás con gratitud… y hacia adelante con ambición.
Samuel no siempre fue el más alto ni el más fuerte de la cancha. Pero desde niño, cuando apenas tenía siete años y entrenaba en el equipo Dragones de Bello, se distinguía por algo que no se mide en centímetros: su determinación. Consciente de que el talento no bastaba, se lanzó desde temprano a mejorar su técnica, pasando a Sabaneta Basketball, donde afiló su juego con disciplina feroz. El fruto no tardó en llegar: fue campeón y Jugador Más Valioso en la Liga de Desarrollo de 2022, con Antioquia, y líder anotador del torneo, una señal clara de que el país le empezaba a quedar pequeño.
Ese impulso lo catapultó a Tigrillos de Medellín, su primer equipo profesional en la Liga Colombiana de Baloncesto. Allí, en medio de un entorno más exigente, Samuel no se achicó. Al contrario, brilló. Su rendimiento llamó la atención de entrenadores internacionales y fue así como saltó a Estados Unidos, primero para completar sus estudios de secundaria y, más tarde, para iniciar su travesía universitaria, donde ha demostrado que los sueños grandes también nacen en canchas modestas.
En Lakeland College, un Junior College de División 1, Hincapié escribió una página que ya tiene tintes históricos. No solo fue elegido All-American —distinción reservada a los mejores atletas del país—, sino que integró el Top 10 nacional, fue Jugador del Año de su conferencia y miembro del Quinteto Ideal de 2024. Un logro que, según registros del propio colegio, no ocurría desde 1974. A pulso y con paciencia, Samuel se convirtió en el embajador de un baloncesto que en Colombia aún pide pista, pero que en él encontró un vocero ejemplar.
Su siguiente destino lo llevó aún más alto: Le Moyne College, en Syracuse, Nueva York, institución de la NCAA División 1, el nivel más competitivo del baloncesto universitario en Estados Unidos. Allí, compitiendo en la Northeast Conference, ha vuelto a destacarse, especialmente por su precisión en los lanzamientos, su inteligencia táctica y su liderazgo silencioso. Su nombre empieza a sonar en los círculos que importan, y su juego, refinado por años de trabajo, ya no es una promesa, sino una realidad en construcción.
Samuel sabe que el camino a la NBA no es recto ni generoso. Exige más que talento: constancia, resiliencia y una fe a prueba de derrotas. Pero también sabe que lo imposible es una palabra relativa. «Quiero que los niños de Colombia sepan que esto se puede, que no somos menos», dijo durante su visita a Medellín, con la serenidad de quien no presume, pero tampoco se esconde. Si su historia inspira, no es solo por sus logros, sino porque está contada desde el esfuerzo, no desde el privilegio.
En un país donde las canchas de baloncesto a menudo se oxidan por falta de uso, Samuel Hincapié encarna una posibilidad distinta. Su sueño de ser el segundo colombiano en llegar a la NBA ya no parece una utopía, sino una meta alcanzable. No será fácil, y él lo sabe. Pero si algo ha demostrado, es que cuando el talento se alía con la disciplina y la humildad, no hay frontera —ni aro— inalcanzable.