En la noche del 13 de julio, mientras el país digería otra jornada de incertidumbres, el expresidente Álvaro Uribe Vélez irrumpió con una señal que muchos interpretan como el primer ensayo serio de una coalición de derecha rumbo a las elecciones presidenciales de 2026. Con su ya tradicional destreza para mover las fibras del debate político, Uribe convocó a una veintena de precandidatos en un conversatorio virtual que giró en torno a un tema que históricamente ha sido su bandera: la seguridad nacional.
Pero el encuentro, que se prolongó por más de cuatro horas en plataformas digitales, fue mucho más que un foro temático. Allí coincidieron voces de casi todos los partidos con representación en el Congreso —desde el Centro Democrático hasta sectores independientes y conservadores—, en lo que se sintió como el primer ensayo de lo que podría derivar en una gran alianza de centro-derecha. El atentado contra el senador Miguel Uribe, semanas atrás, había congelado este tipo de escenarios. La reactivación, de la mano del expresidente, no es menor.
Los participantes hablaron, sí, de cifras, estrategias, propuestas. Pero también —y quizás sobre todo— de la necesidad de construir un frente común. El tema de la seguridad sirvió como aglutinante, un terreno cómodo para casi todos los precandidatos, quienes reconocen que la percepción de inseguridad es una de las mayores preocupaciones del electorado. El tono fue técnico, pero el trasfondo fue profundamente político: hay un electorado que se está moviendo, y hay una derecha que no quiere volver a perder la iniciativa.
Entre los expertos que respaldaron el espacio estuvo Carlos Augusto Chacón, director del Instituto de Ciencia Política, quien propuso que Colombia debe fortalecer sus sistemas de información estratégica para enfrentar con eficacia las nuevas amenazas del crimen transnacional. Su visión apuntó alto: convertir al país en un socio clave para Estados Unidos e Israel en la lucha contra el lavado de activos y el financiamiento del terrorismo. Fue un mensaje que buscó elevar el debate por encima de las coyunturas locales.
Lo más llamativo no fue lo que se dijo, sino lo que se insinuó. Algunos precandidatos, sin dar nombres, manifestaron su disposición a “mantener estos espacios de diálogo conjunto”. Traducido al lenguaje político: están abiertos a explorar una candidatura de consenso. En medio de una izquierda fragmentada y una ciudadanía agotada por los extremos, el centro-derecha parece tantear un camino de convergencia, aún informal, pero no menos estratégico.
El expresidente Uribe, quien ha aprendido a moverse mejor que nadie entre las grietas del poder, pareció ejercer de moderador y oráculo. No impuso nombres ni fórmulas. Su tono fue más reflexivo que combativo. Pero su sola presencia, sumada a la convocatoria lograda, bastó para posicionarlo de nuevo como figura gravitacional del ala política que él mismo fundó, y que hoy busca reinventarse sin traicionar sus raíces.
¿Será este el primer ladrillo de una coalición opositora amplia? Aún es pronto para afirmarlo. Pero algo quedó claro: mientras otros bloques apenas comienzan a organizarse, la derecha ya ensaya el guión. Con moderación calculada, un tema común y un viejo zorro de la política en el rol de anfitrión, el conversatorio dejó una imagen contundente: el 2026 ya comenzó, y no todos llegarán por separado.