Paro nacional con sabor a derrota: el llamado del Gobierno no prendió en las calles

El autodenominado “gran paro nacional”, convocado por sindicatos y movimientos sociales con el respaldo del Gobierno de Gustavo Petro, terminó convertido en una jornada deslucida que expuso, más que una muestra de fuerza, el desgaste de la movilización callejera como herramienta política del oficialismo. La Plaza de Bolívar, habitual epicentro de las grandes marchas petristas, estaba semivacía. Y en ciudades como Medellín, Cali y Barranquilla, las movilizaciones pasaron casi desapercibidas.

Aunque el discurso oficial insistía en la necesidad de «defender las reformas» y «recuperar la soberanía popular» tras el hundimiento de la consulta en el Senado, la realidad en las calles fue otra. Las cifras de asistencia fueron modestas, y el ambiente careció del fervor que caracterizó las protestas de 2021 o incluso las del pasado 1 de mayo. Ni los cabildos abiertos ni las arengas fueron suficientes para contrarrestar la apatía ciudadana.

Lo paradójico del paro es que, aunque fue impulsado por las centrales obreras, su origen y aliento vinieron del propio Ejecutivo. Un chat filtrado por Semana reveló al ministro Armando Benedetti preguntándole directamente al presidente: “¿Quién convoca la huelga general?”. La respuesta institucional no tardó en llegar: el Gobierno, con Petro aún en el extranjero, se puso al frente de la logística, el discurso y la narrativa. Pero al parecer, el país no respondió como se esperaba.

Este giro, en el que el Gobierno convoca y promueve manifestaciones populares para defender su propia gestión, ha comenzado a agrietar la credibilidad del discurso progresista. Las marchas que en el pasado se erigían como expresión autónoma de resistencia frente al poder, hoy parecen una escenografía fallida promovida desde el poder mismo. El símbolo de la protesta perdió espontaneidad, y con ello, gran parte de su legitimidad.

El contraste con el 1 de mayo es brutal. Aquella jornada, impulsada por el espíritu de reivindicación laboral y la narrativa de lucha popular, terminó con un presidente arengando a las masas y blandiendo simbólicamente la espada de Bolívar. Pero el 28 de mayo, la Plaza de Bolívar fue apenas una postal gris, con más policías que manifestantes, y con un eco que ya no retumba como antes.

Hoy se espera otra jornada de manifestaciones, esta vez bajo la figura del “cabildo abierto”. Sin embargo, la pregunta es inevitable: ¿quiénes seguirán marchando por un proyecto que ya no emociona ni convence como antes? El Gobierno apostó todo a la calle como último bastión de respaldo, pero la calle comienza a darle la espalda. La protesta oficialista muestra señales de fatiga.

Así, el paro del 28 y 29 de mayo no solo fracasó como acto de presión política. También dejó al descubierto un problema más profundo: la desconexión entre el Gobierno y una ciudadanía cada vez más escéptica, menos movilizada y, quizá, más preocupada por su día a día que por las narrativas épicas del poder. El intento de Petro por revivir el fervor popular de sus primeros días terminó diluido en una marcha sin eco.

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