París, Vaticano, Dubái y más: los viajes de Verónica Alcocer como “diplomática” aunque Petro dijo que están separados

Desde hace meses, Verónica Alcocer no pisa la Casa de Nariño. Su oficina permanece intacta, como si el tiempo se hubiera detenido allí: la silla vacía, los retratos en la pared y el rastro de una figura que alguna vez simbolizó cercanía al poder. Sin embargo, su nombre sigue figurando en los listados de protocolo de la Presidencia y en los reportes oficiales del Ministerio de Relaciones Exteriores. Mientras en Bogotá su ausencia es evidente, en el extranjero su presencia sigue siendo visible, con pasajes sellados en pasaportes diplomáticos que la han llevado por París, Roma, Dubái y otras capitales del mundo.

El tema estalló en la opinión pública luego de que el propio presidente Gustavo Petro confirmara lo que muchos sospechaban: “Estamos separados hace años”, escribió en su cuenta de X. La frase fue breve, pero suficiente para desatar una tormenta política y mediática. La confesión llegó justo después de que el gobierno de Estados Unidos incluyera a Alcocer en la Lista Clinton, un registro reservado para personas o entidades señaladas de beneficiarse de actividades financieras irregulares. Washington alegó que ella habría obtenido ventajas económicas gracias a su cercanía con el jefe de Estado.

La admisión presidencial no solo sacudió la esfera íntima de la familia Petro-Alcocer, sino que reavivó el debate sobre los límites del poder y la transparencia en la función pública. ¿Cómo se explica que una mujer que ya no comparte la vida del mandatario siga representando al país en escenarios internacionales? ¿Quién autoriza sus viajes, quién los financia y, sobre todo, bajo qué título oficial actúa? Las preguntas quedaron flotando mientras el Palacio de Nariño guardaba silencio y la Cancillería evitaba responder con claridad.

Aun separada de Petro, Alcocer ha mantenido una intensa agenda exterior. En 2024 asistió a la Semana de la Francofonía en París y encabezó una delegación cultural en Dubái. Este año, en abril de 2025, representó a Colombia en el funeral del papa Francisco en el Vaticano, donde compartió espacio con jefes de Estado, cardenales y diplomáticos. En todos esos actos figuró como “Primera Dama de la República de Colombia”, un título que, jurídicamente, no existe pero que en la práctica le abre las puertas de las recepciones oficiales y las cámaras internacionales.

Sus viajes, que en teoría buscan promover la cultura y la imagen del país, han estado rodeados de opacidad. No existen informes públicos detallados sobre los costos de los desplazamientos, ni sobre los resultados concretos de su gestión. En la rendición de cuentas de la Presidencia de la República de 2024 no aparece mención alguna a su papel diplomático. Pese a ello, fuentes del Gobierno aseguran que Alcocer “sigue siendo escuchada” y que mantiene contacto con figuras clave de la administración, en especial del área social y cultural.

La paradoja es evidente: mientras Petro impulsa una política exterior centrada en la soberanía y la transparencia, su expareja recorre el mundo con acreditación diplomática y bajo el amparo del mismo Estado que ahora intenta marcar distancia. Su figura se ha convertido en un símbolo incómodo: ni primera dama oficial ni ciudadana común. Su influencia persiste, aunque difusa, y su protagonismo contrasta con el silencio que la rodea en la escena doméstica.

En los círculos políticos de Bogotá, la situación se lee como un reflejo de las tensiones internas del petrismo. Algunos sectores consideran que mantener a Alcocer en la escena internacional, aún tras la separación, envía un mensaje contradictorio frente a los ideales de cambio y ética pública que el mandatario ha defendido. Otros creen que se trata de un asunto estrictamente humano, de una relación compleja que, pese a la distancia, no ha podido desligarse del todo de las dinámicas del poder.

Por ahora, lo cierto es que Verónica Alcocer sigue viajando, representando, posando y hablando en nombre de Colombia ante el mundo, mientras en el país se abre un debate incómodo sobre su verdadero papel. En los pasillos de la Casa de Nariño su silla continúa vacía, pero su sombra se proyecta más allá de las fronteras. Y cada nuevo destino que visita, cada vuelo diplomático que aborda, parece recordarle al Gobierno que hay presencias que pesan más que las ausencias.

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