Paloma Valencia detiene su marcha: una pausa entre la violencia y la democracia


En un país donde la política se ha vuelto una actividad de alto riesgo, la senadora Paloma Valencia, una de las figuras más visibles del uribismo, ha tomado una decisión que sacude el tablero electoral: suspende de manera indefinida su aspiración presidencial. El anuncio, dado a conocer en entrevista con La FM, llega tras el brutal atentado contra el precandidato Miguel Uribe Turbay, un hecho que ha dejado al descubierto, una vez más, el estado de vulnerabilidad en que ejercen su labor los líderes políticos en Colombia.

“No hay garantías para hacer política”, sentenció Valencia con tono firme. Su voz no solo expresa temor, sino también una convicción profunda: el país no puede seguir naturalizando la violencia como parte del ejercicio democrático. Por eso, además de retirarse temporalmente de la contienda, la senadora pedirá formalmente al partido Centro Democrático que invite a todos los candidatos del país a frenar sus campañas, en un gesto de solidaridad pero, sobre todo, de protesta.

Valencia ha dejado claro que su decisión no es una retirada definitiva, sino un llamado urgente a la reflexión nacional. “¿Cómo se puede hacer campaña cuando un compañero está entre la vida y la muerte? ¿Cómo continuar recorriendo el país si los líderes políticos son blanco de atentados casi a diario?”, se preguntó. Y su voz, por momentos quebrada, pareció resonar no solo en los micrófonos de la emisora, sino en la conciencia de un país al que la violencia le sigue arrebatando el derecho al debate.

La senadora no ahorró críticas. Aseguró que el país vive un “asedio institucional” que, según ella, comenzó con la administración del presidente Gustavo Petro, pero que hoy se agrava por el actuar impune de grupos armados ilegales. “Han convertido la política en un campo minado”, afirmó, recordando que el mismo día del atentado contra Uribe Turbay se registraron 19 ataques armados en el suroccidente colombiano, su tierra natal.

Más allá de lo partidista, lo que plantea Valencia es un dilema de fondo: ¿vale la pena seguir adelante con unas elecciones cuando no hay condiciones para competir sin miedo? Su pausa representa también un desafío al Estado, a la sociedad civil y a los organismos de control, que deben garantizar que el debate político se desarrolle sin que los candidatos teman por su vida al tomar un micrófono o subir a una tarima.

Su decisión pone sobre la mesa un tema que suele ser ignorado en medio de las contiendas: el costo humano de la política. El silencio de una candidata no es, en este caso, un signo de debilidad, sino una forma de protesta. Y como toda protesta poderosa, su fuerza reside no en el ruido, sino en la pausa que obliga a mirar hacia lo esencial: el respeto por la vida y la democracia.

En una nación fatigada por la violencia y el escepticismo, la decisión de Paloma Valencia detiene, al menos por un instante, el ruido de las promesas electorales para escuchar el grito sordo de un país herido. Su voz —ahora ausente en las plazas— quizás resuene más fuerte que nunca en los corredores del poder y en la conciencia de quienes aún creen que la política no debe ser una sentencia de muerte.

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