En el entramado político que envuelve a la Presidencia de la República, las lealtades, los silencios y las tensiones muchas veces se filtran en forma de chats. No son filtraciones casuales: son ráfagas de un poder que se desangra en pugnas internas. Así se siente al leer la reciente conversación conocida entre Angie Rodríguez, directora del Departamento Administrativo de la Presidencia (Dapre), y la exministra de Justicia, Ángela María Buitrago. Un diálogo tenso, directo, cargado de reproches que expone las fisuras en el corazón mismo del Gobierno Petro.
Rodríguez, una figura emergente dentro del gabinete, fue ascendida al cargo por recomendación del ministro de Salud, Guillermo Alfonso Jaramillo. Desde esa oficina, donde se filtra el acceso al presidente, se toman decisiones clave sobre la agenda del Estado. Pero esa centralidad también implica sombras: según la exministra Buitrago, desde allí se ejercieron presiones indebidas para direccionar nombramientos. En particular, uno que ha encendido alarmas: el intento de ubicar a Marcela Tovar en la Dirección de Drogas del Ministerio de Justicia.
Este no es un caso menor ni un simple desencuentro administrativo. La conversación entre Rodríguez y Buitrago deja ver más que una sugerencia: revela un sistema donde los méritos pueden quedar rezagados frente a las afinidades políticas. Tovar, cercana a Rodríguez desde los tiempos de la administración Petro en Bogotá, no cumpliría, según versiones internas, con los requisitos del cargo. ¿Se pretendía modificar el perfil profesional para ajustarlo a una hoja de vida específica?
Más allá del caso puntual, el episodio desnuda una dinámica de poder en la que lo técnico y lo político se entrelazan peligrosamente. La figura de Rodríguez emerge como la de una operadora clave dentro del Ejecutivo, pero también como foco de controversias que ahora involucra a otras figuras del Gobierno, como el ministro del Interior, Armando Benedetti, ya mencionado en otros escándalos por presunto tráfico de influencias.
La frase «no me pongan más una lápida», pronunciada por Rodríguez en medio de la discusión con Buitrago, no es sólo una expresión de hastío: es un grito que revela la presión interna en la Casa de Nariño. Las tensiones no solo son ideológicas o estratégicas, también son humanas, con funcionarios desgastados, maltratados por la dinámica feroz del poder y sus contradicciones.
En medio de este cruce de señalamientos, el presidente Petro guarda silencio. Un silencio que inquieta. Porque cuando la dirección del Dapre se convierte en campo de batalla y los ministros se enfrentan en chats que terminan en los titulares de prensa, el liderazgo presidencial debe dar un paso al frente. ¿Cómo se sostienen los equilibrios en un gabinete donde los hilos del poder parecen responder más a afinidades que a capacidades?
Este episodio no debe ser leído únicamente como un rifirrafe más en la política nacional. Es una ventana a la forma en que se toman decisiones dentro del Ejecutivo, al peso que tienen las amistades de viejo cuño sobre las hojas de vida, y al desgaste que enfrentan figuras que, como Buitrago, no se alinean con los intereses dominantes. También muestra cómo el poder puede volverse asfixiante para quienes intentan ejercer con independencia.
Por ahora, la polémica sigue creciendo. Pero más allá de las responsabilidades individuales, la pregunta que queda en el aire es si estamos frente a una administración capaz de manejar sus contradicciones internas con altura, o si el Gobierno terminará atrapado en su propio laberinto de influencias, nombramientos a dedo y luchas palaciegas. En ese laberinto, cada chat es una pista. Cada silencio, un mensaje. Y cada nombramiento, una batalla.