En una ciudad que durante décadas ha sido retratada más por sus heridas que por sus esperanzas, un grupo de niñas afrodescendientes e indígenas está reescribiendo el relato con circuitos, algoritmos y sueños en expansión. Son las Naidí Girls, 93 niñas del Valle de Aburrá que, durante 16 semanas, cambiaron los límites que la sociedad les impuso por los límites del código. Aprendieron robótica, domótica, programación e inteligencia artificial. Y lo más importante: aprendieron que ser mujer, negra y de barrio no es una barrera, sino un punto de partida. Medellín, que alguna vez fue epicentro del miedo, hoy es testigo de una revolución silenciosa protagonizada por estas niñas que no piden permiso para imaginarse el futuro.
Dulce María Valencia Salas tiene apenas 12 años y un universo propio. Lo bautizó Space Girl, un videojuego que desarrolló desde su casa en Enciso, comuna 8 de Medellín. La protagonista se llama Nova, una niña negra perdida en el espacio, que debe sortear misiones y obstáculos para regresar a casa. Nova es ficción, pero también es metáfora. Porque Nova —como Dulce, como tantas otras Naidí— está abriéndose camino en un mundo que no fue diseñado para ellas. “Fue una idea mía, aunque claro, con ayuda de muchas personas”, dice Dulce con una mezcla de timidez y orgullo. Y es que detrás de cada línea de código que escribió, hay también una línea de historia que desafía los estereotipos.
La historia de las Naidí Girls no comienza con un laboratorio ni con una beca. Comienza con una mirada distinta sobre lo que significa formar líderes. Manos Visibles, el movimiento social que impulsa esta iniciativa, no solo enseña ciencia y tecnología: enseña a reconocerse, a levantar la voz, a transformar la realidad desde la identidad. El programa, que nació en el Pacífico colombiano y que en Medellín se implementa con aliados como Flor Púrpura, la Universidad Eafit y la Escuela de Robótica del Chocó, busca mucho más que formar ingenieras. Busca formar mujeres libres. Mujeres capaces de liderar desde el conocimiento, sí, pero también desde la dignidad.
Y es que en cada clase de IA o robótica se siembra algo más profundo: la posibilidad de pensar distinto. De verse no como excepción, sino como referente. En un país donde la tecnología aún es territorio dominado por hombres, las Naidí Girls rompen con esa lógica sin necesidad de confrontación. Lo hacen desde la construcción, desde la creatividad, desde la certeza de que la ciencia también les pertenece. Al final, no están solo programando máquinas: están programando futuros. Y eso, en un país desigual, es un acto político de primer orden.
Dulce, por ejemplo, sabe que su formación no se trata únicamente de aprender a hacer videojuegos. Se trata de aprender a soñar con escenarios donde ella tenga poder de decisión, donde las niñas como ella no sean excepcionales sino reglas. “Como Naidí Girl ahora creo que las mujeres afro e indígenas podemos lograr grandes cosas. Si Nova puede escapar, nosotras podemos cumplir sueños”, dice. Y su frase es más que una conclusión: es una hoja de ruta. Porque si algo enseña este programa es que no hay destino más poderoso que aquel que se construye con identidad, con conocimiento y con propósito.
La ceremonia de graduación fue más que una entrega de certificados. Fue una afirmación colectiva: “Estamos aquí, y esto apenas comienza”. Cada niña recibió su diploma con una sonrisa que no cabe en una foto. Y es que no es solo el reconocimiento de lo aprendido, sino el reconocimiento de que su talento tiene valor, de que sus ideas merecen espacio. Que Medellín, tan marcada por la exclusión, hoy tenga niñas negras programando soluciones en inteligencia artificial no es un dato anecdótico. Es un giro de guión.
Las Naidí Girls están sembrando futuro en los rincones donde antes solo había silencio o abandono. Con cada circuito armado, con cada algoritmo probado, con cada videojuego creado, están reclamando su derecho a imaginar, a decidir, a liderar. Porque si la tecnología es el lenguaje del mañana, ellas ya están hablando en presente. Y lo están haciendo en voz alta, con acento afro, desde los cerros de Medellín hasta el espacio sideral donde vive Nova, su heroína. Que no nos quepa duda: el futuro es suyo. Y lo están codificando a su manera.