En una habitación de la Clínica Santa Fe, donde el ruido del país parece atenuarse entre monitores y diagnósticos, Miguel Uribe Turbay emprende una batalla que trasciende la política. El precandidato, conocido por su verbo enérgico y presencia constante en la arena pública, ha iniciado un protocolo de neurorehabilitación, una fase crítica en su recuperación médica. Aunque el pronóstico aún es reservado, los médicos aseguran que ha mostrado una evolución clínica estable y respuestas favorables a las intervenciones practicadas hasta el momento.
El comunicado oficial del centro médico no escatimó en claridad ni en prudencia: “Durante los últimos días, el paciente ha mostrado una respuesta clínica favorable y estable, evidenciada tanto en las recientes imágenes diagnósticas realizadas —resonancia magnética, tomografía, Doppler, entre otras— como en su respuesta a las intervenciones quirúrgicas y médicas. En este contexto, y como parte del proceso integral de atención, se inició el protocolo de neurorehabilitación”. Es decir, comienza una nueva etapa, una menos visible pero igual de decisiva.
La neurorehabilitación es, según la Organización Mundial de la Salud, un conjunto de intervenciones médicas, terapéuticas y psicológicas que buscan restaurar las funciones perdidas o alteradas por lesiones neurológicas. Estas pueden ser producto de accidentes cerebrovasculares, traumatismos craneoencefálicos o enfermedades neurodegenerativas. No se trata solo de una recuperación física: es una travesía hacia la reconexión del cuerpo con la mente, del gesto con el pensamiento, de la voz con la conciencia.
En esa ruta, el cerebro —esa estructura misteriosa que aún escapa a nuestra comprensión completa— pone a prueba su capacidad de reinventarse. Se habla de “plasticidad cerebral”, esa habilidad del sistema nervioso para adaptarse, formar nuevas conexiones y compensar los daños sufridos. “La neurorehabilitación debe ser intensiva, interdisciplinaria y centrada en la persona para obtener los mejores resultados”, insiste el neurólogo alemán Volker Hömberg, una autoridad mundial en el tema.
Uribe no está solo en este proceso. A su alrededor hay un equipo médico que conjuga saberes de la neurología, la fisioterapia, la psicología y la terapia ocupacional. Cada sesión, cada pequeño avance, cada movimiento recuperado, será una victoria en silencio. Lejos de los reflectores, el precandidato vive ahora el desafío más íntimo: recuperar su autonomía, su voz, su pensamiento articulado. Es, en otras palabras, una campaña por la vida.
Mientras tanto, en los pasillos del poder y en los círculos que siguen de cerca la política colombiana, reina la cautela. La incertidumbre sobre su futuro político es real, pero hoy queda eclipsada por una preocupación más urgente: su salud. El país observa con respeto el proceso, entendiendo que, más allá de las ideologías, está en juego la recuperación de un ser humano, un padre, un esposo, un ciudadano.
El desenlace es incierto, como toda historia humana que involucra el cuerpo y el tiempo. Pero en medio de la fragilidad, hay una señal clara: Miguel Uribe está luchando. Ya no en los debates ni en las plazas públicas, sino en una dimensión más profunda, donde la voluntad personal y la ciencia médica se entrelazan. Su verdadero discurso ahora no se pronuncia: se camina, se ejercita, se reconstruye, paso a paso, sin micrófonos ni aplausos.