Medellín, bajo presión: lluvias dejan 120 deslizamientos en sus quebradas

La montaña parece estar hablándole a Medellín, y lo hace con una voz profunda de agua, barro y alarma. En lo que va del último mes, la ciudad ha registrado al menos 120 deslizamientos en los cauces de sus quebradas, una cifra que prende todas las alertas de las autoridades ambientales y de gestión del riesgo. La intensidad de las lluvias, una de las más marcadas en los últimos años, ha convertido a los afluentes urbanos en posibles detonantes de tragedias.

Según cifras de la Secretaría de Medio Ambiente, los eventos se han concentrado en 180 puntos críticos donde la combinación de precipitaciones constantes y suelos saturados ha derivado en taponamientos, desbordamientos y flujos torrenciales que han afectado no solo la infraestructura vial, sino también la tranquilidad de cientos de familias. Lo que antes era una quebrada apacible hoy puede convertirse en una amenaza súbita.

“El problema no es solo la lluvia, sino lo que esta arrastra: rocas, ramas, sedimentos. El cauce no lo soporta y la quebrada responde con fuerza”, explica Esteban Jaramillo, subsecretario de Recursos Naturales de la Alcaldía. El funcionario señala que Medellín no solo enfrenta un fenómeno natural, sino el resultado acumulado de años de ocupación desordenada de las laderas, pérdida de cobertura vegetal y falta de mantenimiento periódico de las corrientes hídricas.

Los puntos más sensibles no sorprenden a quienes conocen la geografía local: Altavista, con quebradas como La Guayabala y La Picacha; San Antonio de Prado, donde La Chorrera lleva semanas con niveles irregulares; y sectores como Villa Hermosa y El Poblado, donde La Aguadita y La Carrizales ya han mostrado su capacidad destructiva. Zonas urbanas y rurales, todas bajo la misma amenaza invisible: la saturación del suelo.

Desde la Alcaldía se trabaja a contrarreloj para remover material represado en las quebradas y evitar emergencias mayores. Maquinaria amarilla, cuadrillas ambientales y monitoreo permanente hacen parte de una estrategia de contención que, sin embargo, tiene sus límites ante un fenómeno natural que parece no dar tregua. “Actuamos, pero necesitamos conciencia ciudadana. No podemos seguir botando escombros en los cauces, ni construyendo en zonas de alto riesgo”, advierte Jaramillo.

Las lluvias, que han sido intensas en franjas horarias impredecibles, también han puesto en aprietos a los sistemas de alerta temprana. Si bien Medellín cuenta con una red de sensores y estaciones meteorológicas, el volumen de agua registrado ha desbordado pronósticos y ha obligado a cerrar preventivamente algunas vías y senderos ecológicos. La prevención es ahora una urgencia, no un protocolo.

Expertos del Área Metropolitana del Valle de Aburrá han advertido que los cambios en el régimen hídrico de la región podrían estar asociados a alteraciones del fenómeno de El Niño, con consecuencias locales que se reflejan, justamente, en este tipo de eventos. Más allá de las explicaciones científicas, lo cierto es que Medellín necesita pensar en su sistema hídrico como una prioridad estructural, no sólo como un problema de temporada.

En medio del barro y la incertidumbre, emerge una conclusión inevitable: Medellín no puede seguir de espaldas a sus quebradas. Son arterias naturales que respiran, se mueven y, cuando no se les respeta, también se defienden. Mientras el cielo siga cargado y las montañas respondan, la ciudad deberá apurarse a adaptarse a una realidad climática que llegó para quedarse.

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