Con el eco aún fresco del asesinato del senador Miguel Uribe Turbay, el Senado de la República oficializó esta semana la posesión de quien ocupará su curul: María Angélica Guerra López, arquitecta nacida en Sucre, conocida en los círculos políticos como “La Tati”. Su llegada al Congreso no es apenas un trámite burocrático: es el inicio de una nueva etapa para el Centro Democrático, en un momento de reacomodo interno y de tensión en el tablero político nacional. Guerra López llega al Capitolio con el peso de una tragedia a cuestas, pero también con el respaldo de un apellido de vieja estirpe uribista y de una maquinaria política que la ha acompañado en más de una contienda.
“La Tati” Guerra, quien obtuvo más de 37.000 votos en las elecciones legislativas de 2022, se había quedado por fuera del Senado en el conteo final, pero su nombre seguía en la fila de espera del Centro Democrático. Tras la declaratoria de la falta absoluta por la muerte de Uribe Turbay, su ascenso se hizo inminente. Su posesión está programada para este martes a las 3:00 p.m., en una ceremonia que será tan sobria como simbólica, marcada por el duelo, pero también por las preguntas sobre el futuro político del uribismo sin uno de sus jóvenes estandartes.
Guerra López no es ajena a los pasillos del poder. Es sobrina de la exsenadora y exministra María del Rosario Guerra, una de las figuras más influyentes del ala conservadora del uribismo. Esa conexión familiar la ha convertido en una ficha clave dentro de una de las vertientes más fieles al expresidente Álvaro Uribe Vélez, y su llegada al Senado fortalece ese sector en un momento en que el partido se debate entre la renovación generacional y el retorno a sus bases más tradicionales. Su formación como arquitecta y su trayectoria en lo público la respaldan, pero será el escenario legislativo el que pondrá a prueba su capacidad de maniobra.
La muerte de Miguel Uribe Turbay no solo abrió un vacío institucional, sino también una herida política que aún no termina de cerrarse. El joven senador era visto como una de las cartas presidenciales del Centro Democrático, un puente entre el discurso liberal moderno y la doctrina uribista. Su asesinato, aún envuelto en incógnitas y tensiones judiciales, obligó a la colectividad a reconfigurar su hoja de ruta. En una movida rápida, el partido anunció que el padre del senador, Miguel Uribe Londoño, será uno de sus precandidatos para 2026. Una decisión que no ha estado exenta de críticas, pero que demuestra la urgencia del uribismo por mantener cohesión y presencia en la agenda nacional.
En este nuevo escenario, la llegada de María Angélica Guerra no puede leerse como un simple reemplazo. Representa una continuidad en la línea dura del Centro Democrático, pero también la posibilidad de afianzar liderazgos regionales que, desde la Costa Caribe, han reclamado históricamente más protagonismo. Su reto será evitar diluirse en un Congreso donde la polarización, las alianzas volátiles y la fragmentación legislativa han vuelto más complejo el ejercicio del poder. Deberá demostrar que no es solo un apellido ni una heredera, sino una voz propia con agenda clara.
Las primeras intervenciones públicas de Guerra López han sido comedidas, casi en tono de respeto por el contexto de su llegada. Sin embargo, ya se anticipa que su línea de acción estará alineada con las banderas clásicas del uribismo: seguridad, libre mercado, defensa de la familia y oposición al gobierno de Gustavo Petro. Será interesante ver si logra proyectarse como una figura de peso o si se limitará a custodiar el legado de quienes la antecedieron. El escenario está abierto.
Colombia, que aún se sacude por el crimen de Miguel Uribe, mira con atención los movimientos que se tejen en el Senado. María Angélica Guerra entra a la arena política en un momento en que cada paso cuenta, cada voto pesa y cada silencio se interpreta. La historia le ha entregado una curul cargada de simbolismo. Ahora, le corresponde demostrar que está a la altura del desafío.