La publicación de una serie de correos electrónicos pertenecientes a Jeffrey Epstein volvió a encender el debate político y moral en Estados Unidos. Los documentos, revelados por congresistas demócratas, sugieren que el expresidente Donald Trump tenía conocimiento de las conductas criminales del magnate financiero, acusado de abuso y tráfico sexual de menores. La Casa Blanca, sin embargo, calificó las revelaciones como “una falsa narrativa” y denunció una maniobra política para empañar la imagen del mandatario en plena carrera electoral.
Los correos, fechados en distintos momentos antes del arresto de Epstein en 2019, mencionan que Trump “pasó horas” con una de las víctimas del entramado de abusos. Según la interpretación de los demócratas, los mensajes apuntan a que el expresidente no solo conocía a Epstein, sino que también habría estado al tanto de sus comportamientos ilícitos. Aunque no hay pruebas directas de complicidad, el tono de los intercambios abre un nuevo capítulo en la historia de una relación que Trump ha intentado minimizar durante años.
Epstein, un financiero con estrechos vínculos con el poder político y económico estadounidense, murió en una prisión federal de Nueva York en agosto de 2019, oficialmente por suicidio. Su muerte, rodeada de sospechas y teorías conspirativas, dejó sin resolver múltiples interrogantes sobre su red de contactos y sobre las figuras que podrían haber sido cómplices o beneficiarias de su silencio. La reapertura mediática del caso, impulsada por la difusión de los correos, amenaza con devolver esas preguntas al centro del debate público.
Los demócratas del Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes aseguraron que los documentos “plantean serias preguntas sobre Donald Trump y su conocimiento de los crímenes horribles de Epstein”. Para ellos, el asunto no es solo de índole moral, sino también institucional: si un expresidente de Estados Unidos pudo haber tenido conocimiento de un entramado criminal sin denunciar, el hecho reviste gravedad política y jurídica.
La respuesta desde la Casa Blanca fue inmediata. Voceros de Trump señalaron que los correos no prueban ninguna conducta indebida y que se trata de una “filtración interesada” destinada a distraer la atención de los problemas internos del Partido Demócrata. Recordaron además que Trump rompió toda relación con Epstein antes de su arresto y que incluso lo habría expulsado de su club Mar-a-Lago “por comportamiento inapropiado”.
Sin embargo, los registros públicos y testimonios de años pasados muestran que la relación entre ambos fue, en su momento, cercana. Fotografías y declaraciones de la década de 1990 evidencian la familiaridad entre Trump y Epstein en los círculos sociales de Palm Beach y Manhattan. “Conozco a Jeff desde hace quince años. Es un tipo estupendo”, dijo alguna vez el propio Trump en una entrevista de 2002, una frase que hoy, a la luz de los hechos, se lee con otro matiz.
El escándalo llega en un momento de gran tensión política, cuando la figura de Trump busca consolidarse de nuevo de cara a las elecciones de 2026 y enfrenta múltiples procesos judiciales. Para sus opositores, las revelaciones refuerzan la narrativa de un líder rodeado de controversias éticas; para sus seguidores, se trata de un nuevo intento de desprestigio por parte de la élite demócrata.
Más allá del impacto electoral, el caso vuelve a poner sobre la mesa una herida que Estados Unidos no ha logrado cerrar: la facilidad con que el poder político y económico protege a sus propios miembros frente a delitos de abuso y explotación. Epstein fue el símbolo de esa impunidad. Que su nombre resurja una y otra vez, incluso después de muerto, habla no solo de la persistencia del escándalo, sino también del peso de las verdades que aún no se han contado del todo.












