La consulta interna del Pacto Histórico, que ratificó al senador Iván Cepeda como candidato presidencial y definió sus listas al Congreso, dejó al descubierto tanto la capacidad organizativa del petrismo como las grietas que siguen minando la salud de la democracia colombiana. Más allá de los resultados, el ejercicio electoral puso sobre la mesa siete alertas que merecen atención: la incidencia de maquinarias locales, la participación de funcionarios públicos, la sombra de los clanes políticos, el alto porcentaje de votos nulos, la desmovilización ciudadana, las tensiones jurídicas que rodearon la jornada y la manera como este proceso configura el mapa político nacional.
La primera señal provino del papel que jugaron las maquinarias regionales. En varios departamentos, los reportes de irregularidades y la movilización atípica de votantes encendieron las alarmas. En plazas históricamente controladas por caciques locales, el Pacto logró un respaldo significativo, lo que llevó a observadores a preguntarse si la promesa de renovación política terminó siendo permeada por las viejas prácticas clientelistas. Aunque los organizadores defendieron la transparencia del proceso, las denuncias de apoyos estructurados desde alcaldías y gobernaciones no se hicieron esperar.
La segunda alerta apunta a la presunta participación en política de altos funcionarios. Pese a las advertencias del Consejo Nacional Electoral, se reportaron casos de intervención de servidores públicos que, abiertamente o entre líneas, promovieron la consulta. Este comportamiento, si se comprueba, podría comprometer la neutralidad del Estado y marcar un precedente peligroso en vísperas de la contienda presidencial. La frontera entre el ejercicio ciudadano y el proselitismo institucional sigue siendo, en Colombia, un terreno pantanoso.
La tercera inquietud tiene que ver con la injerencia de los clanes y las estructuras tradicionales del poder. El Pacto, que nació como una coalición alternativa, parece haber sido seducido por los mismos métodos que en el pasado criticó. En zonas como la Costa Caribe y el suroccidente del país, las alianzas con grupos de peso electoral generaron tensiones internas y pusieron en entredicho el discurso de la transformación. Lo que se vivió el domingo demostró que la política colombiana, incluso la que se dice de cambio, sigue atada a las redes de poder que dominan los territorios.
El cuarto llamado de atención fue el número de votos nulos y no marcados: un 14 % del total. En términos democráticos, es una cifra alarmante. Revela, por un lado, desinformación entre los electores, y por otro, fallas en la pedagogía electoral. También puede ser reflejo del desencanto de una ciudadanía que, sin opciones claras o confiables, prefirió abstenerse de decidir. La nulidad masiva de sufragios, más que un dato técnico, es un síntoma de desafección política.
La quinta alerta tiene que ver con la baja participación. Apenas 2,7 millones de ciudadanos acudieron a las urnas, casi tres millones menos que en la consulta del Pacto en 2022. El descenso es significativo y sugiere un desgaste en el entusiasmo que alguna vez movilizó al electorado progresista. La ilusión de cambio parece haberse diluido entre el desencanto y la polarización. Pese a ello, el Pacto demostró que conserva una base sólida, disciplinada y fiel, capaz de sostener su proyecto en medio de la tormenta.
La sexta advertencia surge del enredo jurídico que acompañó el proceso. Fallos contradictorios, impugnaciones y vacíos normativos volvieron a poner en entredicho la seguridad jurídica de las consultas interpartidistas. En lugar de fortalecer la democracia interna, la maraña legal terminó alimentando la desconfianza ciudadana y la percepción de improvisación. Sin reglas claras, las disputas por el poder se trasladan de las urnas a los tribunales.
Por último, la séptima alerta tiene un carácter político y estratégico. La consolidación de Iván Cepeda como candidato no solo configura el liderazgo dentro del Pacto Histórico, sino que envía un mensaje de cohesión a sus adversarios. Como lo reconoció el precandidato David Luna, “el Pacto sigue vivo”. Angélica Lozano y Luis Felipe Henao coincidieron en que, pese a sus contradicciones, la coalición de izquierda mostró vigor organizativo y capacidad de movilización. En un escenario electoral cada vez más incierto, el petrismo demostró que aún tiene músculo, pero también que deberá enfrentar sus propias sombras si aspira a seguir gobernando.
En suma, la consulta del Pacto Histórico fue una radiografía cruda de la política colombiana: mezcla de pasión, organización, errores y viejas prácticas. Cepeda emerge fortalecido, pero el proceso deja heridas abiertas y preguntas urgentes sobre la calidad de nuestra democracia. Lo que ocurrió el domingo no fue solo un ejercicio interno: fue un espejo de país. Y el reflejo, más que triunfalista, invita a la autocrítica.












