Las dos series grabadas en el hincha verde: cuando Nacional desafió al gigante paulista

Cada vez que Atlético Nacional y São Paulo cruzan caminos en una competencia internacional, la memoria colectiva de la hinchada verdolaga se sacude con la fuerza de los recuerdos imborrables. De los doce encuentros oficiales disputados entre ambos clubes, dos series destacan como monumentos futboleros, no solo por lo que se jugó sobre el césped, sino por lo que se despertó en el alma de miles de hinchas. Son capítulos donde la historia se escribió con sudor, talento y una pasión que nunca se apagó.

La primera de estas gestas ocurrió en 1993, en la ya desaparecida Supercopa Sudamericana, una suerte de olimpo reservado solo para los campeones de la Libertadores. Ese año, São Paulo era una máquina de precisión, un equipo que jugaba a otra velocidad. Dirigidos por Telê Santana, los paulistas eran campeones vigentes del Brasileirao, bicampeones de América y recientes vencedores del Milan en la Intercontinental. Con jugadores como Zetti, Cafú, Leonardo, Müller y Palhinha, el tricolor paulista era, sin exageración, el mejor equipo del mundo.

Y sin embargo, en Medellín, ese gigante tembló. Atlético Nacional, bajo la conducción de Hernán Darío “Bolillo” Gómez, le plantó cara con un fútbol valiente, joven y explosivo. Aquel equipo mezclaba la experiencia de Andrés Escobar y “Chicho” Serna con la irreverencia de John Jairo Tréllez, Víctor Aristizábal y Víctor Marulanda. En el Atanasio Girardot, Nacional venció 2-0 en una noche mágica que aún retumba en la tribuna sur. Aunque la serie se definió en penales a favor del São Paulo tras el partido de vuelta, ese enfrentamiento fue el inicio de un respeto mutuo que perdura hasta hoy.

La otra serie que se incrustó en el corazón de la hinchada verde ocurrió más de dos décadas después, en la semifinal de la Copa Libertadores de 2016. Atlético Nacional, ya con estatus de gigante continental, volvía a encontrarse con el São Paulo, esta vez con el sueño de volver a la cima de América. El equipo dirigido por Reinaldo Rueda venía deslumbrando por su solidez táctica y la explosividad de sus transiciones, con figuras como Franco Armani, Macnelly Torres, Miguel Borja y un incansable Orlando Berrío.

El primer golpe se dio en el Morumbí, un templo siempre intimidante, donde Miguel Borja firmó un doblete para darle a Nacional un triunfo por 2-0 que silenció a más de 60.000 espectadores. La vuelta, en Medellín, fue una fiesta controlada: Borja volvió a marcar y selló una clasificación histórica a la final, donde el club paisa levantaría su segunda Libertadores. Aquella noche no solo se venció a un histórico; se consolidó un proyecto, una identidad, y una nueva generación de hinchas encontró su propio 1989.

Ambas series —la de 1993 y la de 2016— tienen un hilo invisible que las une: el valor de enfrentar a los más grandes sin complejos, con fútbol de autor y convicción en el escudo. Contra un São Paulo temible, Nacional fue capaz de hacer tambalear imperios, de plantar bandera en escenarios que parecían infranqueables y de dejar una huella imborrable en los anales del fútbol sudamericano.

Porque en el Atanasio Girardot no solo se juegan partidos: se forjan epopeyas. Y esas dos series ante el gigante paulista quedaron tatuadas en la piel del hincha verde, como pruebas de que el fútbol, a veces, se convierte en una forma de eternidad.

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