La izquierda rota: el grito de Bolívar contra Quintero

Gustavo Bolívar, sin cargo público pero con voz aún potente en la política del petrismo, no ahorró munición en su más reciente declaración. Apuntó directo contra Daniel Quintero, exalcalde de Medellín y hoy precandidato en la consulta del Pacto Histórico, acusándolo no solo de fracturar el proyecto de izquierda, sino de infiltrarlo con alianzas oportunistas y cómplices del clientelismo tradicional. “Si gana la consulta será un raponazo a la izquierda”, lanzó Bolívar, con un tono que mezclaba rabia, decepción y una convicción que lo ha hecho tanto símbolo como pararrayos del progresismo.

La crítica no es nueva, pero sí más afilada. Bolívar denuncia que Quintero, con su entrada al proceso interno del Pacto, “dinamitó” las bases éticas de un movimiento que, según él, nació con la promesa de romper con las viejas formas de hacer política. El problema, advierte, no es sólo el estilo del exalcalde, sino los apoyos que lo rodean: casas políticas cuestionadas como la de Carlos Andrés Trujillo o Julián Bedoya, figuras asociadas al clientelismo antioqueño que, para Bolívar, son incompatibles con la narrativa de cambio que encarna Gustavo Petro.

En entrevista concedida en medio del remolino político que vive el petrismo, Bolívar dejó en claro que su retiro de la consulta no significa renuncia. Sigue en campaña, pero por fuera del mecanismo que, según él, perdió legitimidad desde el momento en que se permitió la entrada de actores con expedientes judiciales y alianzas dudosas. “No iba a prestarme para legitimar algo con lo que no estoy de acuerdo. No puedo compartir escenario con alguien imputado por corrupción. Eso, para mi carrera política, hubiera sido nefasto”, sentenció.

La semana pasada fue caótica para el Pacto Histórico. Primero, se anunció la suspensión de la consulta interna; luego, en una maniobra inesperada, fue revivida con una lista reducida de tres aspirantes: Iván Cepeda, Carolina Corcho y Daniel Quintero. Bolívar no está, pero su sombra sigue presente en cada conversación sobre el futuro del movimiento. Y su retiro, más que silencioso, ha sido estruendoso. En vez de acatar la decisión en silencio, eligió denunciar públicamente, aunque admite temer represalias.

“No me arrepiento. Prefiero quedarme solo antes que ceder en mis principios”, afirmó. En sus palabras, hay más que una crítica personal: hay una advertencia sobre el rumbo que podría tomar la izquierda si decide sacrificar la coherencia en nombre de la competitividad electoral. Para Bolívar, lo que está en juego no es solo una candidatura, sino la integridad del proyecto que llevó a Petro al poder. “Las banderas del presidente no pueden quedar en manos de personas que nunca han sacrificado nada por este país”, insistió.

En ese contexto, su distanciamiento suena menos a despecho y más a resistencia ética. Bolívar reivindica su coherencia como un valor político, algo que, en sus ojos, escasea en un movimiento cada vez más tentado por la pragmática de los votos. Mientras Quintero avanza como candidato oficial en la consulta, con un estilo más táctico que ideológico, el exsenador se planta como guardián de un proyecto que teme ver diluido en las aguas turbias de las alianzas de conveniencia.

Así, mientras la izquierda institucional intenta cerrar filas de cara a 2026, una parte de su alma más combativa decide no asistir al banquete. La fractura no es solo electoral, sino moral. Y aunque Gustavo Bolívar está hoy fuera del escenario central, su voz —incómoda, radical, firme— sigue retumbando como eco de una izquierda que aún se debate entre la pureza de sus principios y la urgencia de ganar.

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