La huella invisible: Antioquia rastrea el alzhéimer antes del olvido

No todo en la ciencia ocurre en grandes laboratorios de Silicon Valley ni en universidades centenarias de Europa. A veces, el hallazgo más sutil —y quizá el más esperanzador— brota del rigor silencioso de una región que, entre montañas, ha hecho de la memoria su campo de batalla. Así ocurrió en Antioquia, donde el Grupo de Neurociencias y la Universidad Internacional de Florida acaban de identificar una pista biológica que podría anticipar el diagnóstico del alzhéimer décadas antes del primer olvido.

El descubrimiento gira en torno al biomarcador TSPO, una proteína relacionada con la inflamación cerebral que, según el estudio publicado en Acta Neuropathologica, se activa muchos años antes de los síntomas clásicos de la enfermedad. Lejos del enfoque tradicional que persigue las placas de beta-amiloide o las acumulaciones de TAU, este marcador apunta a un fenómeno más silencioso: la respuesta inmune, esa agitación microscópica que comienza cuando el cuerpo aún no muestra señales.

Lo revolucionario no es solo el hallazgo, sino su potencial: detectar el alzhéimer cuando la memoria todavía se encuentra indemne, cuando aún se puede intervenir, retrasar, preparar. En palabras sencillas, es como si la ciencia hubiera encontrado una grieta en el tiempo, una oportunidad para colarse antes de que el olvido se convierta en destino. Y esa grieta ha sido abierta gracias a un recurso valioso y profundamente humano: el Banco de Cerebros del GNA.

Allí, en tejidos donados por familias portadoras de la “mutación paisa” —la mayor agrupación conocida de alzhéimer hereditario de inicio temprano en el mundo—, los investigadores hallaron un patrón claro: el TSPO comienza a elevarse hasta 20 años antes de los primeros síntomas. La historia genética de estas familias ha sido, por décadas, una herida abierta. Pero también una ofrenda científica, un acto de generosidad que hoy comienza a transformarse en esperanza global.

Tomás R. Guilarte, decano de Salud Pública en la FIU y uno de los autores del estudio, resume así la magnitud del hallazgo: “Si logramos retrasar la progresión de la enfermedad tan solo cinco años, cambia todo: la calidad de vida, el pronóstico, la carga social”. No se trata de curar aún, pero sí de anticipar. De abrir una nueva ventana en un mundo donde, hasta ahora, los diagnósticos llegaban tarde y las familias se enfrentaban al deterioro sin herramientas.

Carlos Andrés Villegas Lanau, coordinador del Neurobanco del GNA, lo explica con precisión: “Este marcador no mide placas, mide inflamación, mide vida celular. Nos permite ver la batalla antes de que inicie”. Lo que se perfila no es un reemplazo de los métodos actuales, sino una nueva capa de comprensión. Un mapa invisible, tejido por las microglías —esas células centinelas que rodean las placas del alzhéimer— que comienza a revelarse gracias a la ciencia criolla.

Detrás del lenguaje técnico y las publicaciones especializadas hay una verdad más honda: lo que ocurre en Antioquia no es solo ciencia, es memoria. Es la historia de un territorio que ha sabido convertir el dolor en conocimiento, y que ahora, una vez más, pone al país en el centro de la investigación neurológica global. Porque si el olvido es una amenaza universal, también lo es la esperanza que nace cuando alguien, en silencio, decide anticiparse.

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