El Vaticano ha encendido la cuenta regresiva hacia uno de los momentos más trascendentales para la Iglesia católica: el cónclave para elegir al nuevo papa comenzará el próximo 7 de mayo, según lo informó oficialmente la Santa Sede. La decisión fue tomada a primera hora del lunes, durante una reunión a puerta cerrada de los cardenales en Roma, y marca el inicio de un proceso que, más allá de lo ceremonial, definirá el rostro espiritual del catolicismo en los próximos años.
Como es tradición, la Capilla Sixtina, joya del Renacimiento decorada por los inmortales frescos de Miguel Ángel, ha sido cerrada al público. Allí, entre muros cargados de historia y arte sacro, se llevará a cabo el encierro solemne de los cardenales electores. Son 135 purpurados menores de 80 años, la mayoría designados por el papa Francisco, quienes tendrán en sus manos la misión de nombrar a su sucesor. El inicio será precedido por una misa solemne en la Basílica de San Pedro, espacio que ha sido testigo de siglos de sucesiones papales y decisiones que han marcado el rumbo de la humanidad.
El ritual del cónclave es de una solemnidad que contrasta con el bullicio mediático que suele rodearlo. Tras la misa, los cardenales se trasladan en procesión a la Capilla Sixtina, donde uno a uno prestarán el juramento de confidencialidad y lealtad. Allí, bajo la mirada de los profetas y los ángeles pintados en el techo, se comprometen a elegir al nuevo pontífice sin influencias externas y a guardar absoluto silencio sobre el desarrollo de las votaciones.
La elección del papa no es una decisión simple ni inmediata. Se requiere que un candidato obtenga al menos dos tercios de los votos, un umbral que suele exigir varios días de deliberación y votaciones. Por jornada, pueden realizarse hasta cuatro votaciones: dos en la mañana y dos en la tarde. Si después de tres días no se ha alcanzado un consenso, los cardenales tienen derecho a un día de pausa para orar y discutir abiertamente sus posiciones, antes de reiniciar el proceso.
En esta ocasión, la elección se realiza tras el fallecimiento de Francisco, quien durante su pontificado dio un giro progresista y pastoral al Vaticano, impulsando reformas sociales, acercamientos con otras religiones y una renovada preocupación por los pobres y el medioambiente. Muchos observadores consideran que el perfil del nuevo papa podría estar alineado con ese legado o, por el contrario, representar un giro conservador, como respuesta a las tensiones internas de la Iglesia.
Las especulaciones ya abundan, pero el secreto es férreo. No hay listas oficiales, ni candidaturas declaradas. El próximo papa puede ser un rostro familiar entre los purpurados más visibles o una figura inesperada, como ha ocurrido en otros momentos. Lo cierto es que, desde el 7 de mayo, las miradas del mundo se volverán a alzar hacia la chimenea de la Capilla Sixtina, esperando el humo blanco que anunciará la elección.
Mientras tanto, el Vaticano se transforma. Los jardines, las galerías y los pasillos del Palacio Apostólico se llenan de discretos movimientos diplomáticos, silencios elocuentes y oraciones. El mundo político, religioso y mediático aguarda. Y en ese escenario casi teatral, cargado de simbolismo y poder, se decidirá quién será el nuevo sucesor de Pedro.
El futuro de más de mil millones de fieles depende de una elección que, aunque secreta, resonará en los cinco continentes. El 7 de mayo, cuando se cierren las puertas de la Capilla Sixtina, la Iglesia volverá a escribir una nueva página en su larga y compleja historia. ¿Qué rumbo tomará? Pronto, lo sabremos.