La antigua casa masónica del barrio Prado renace como hotel boutique y símbolo de transformación urbana

En una esquina discreta pero poderosa del tradicional barrio Prado, en Medellín, una casa de fachada imponente, tejado inclinado y muros de ladrillo y piedra comienza a escribir un nuevo capítulo de su historia. Durante años fue sede de una logia masónica, envuelta en misterio y silencio. Ahora, esa misma estructura se prepara para recibir a viajeros del mundo como Casa Mía, un hotel boutique que abrirá sus puertas a finales de este año. El proyecto no solo transforma una edificación centenaria, sino que simboliza el renacimiento silencioso de un barrio que vuelve a soñar.

Todo comenzó a miles de kilómetros de distancia. Desde Suiza, Lía Flury y Camilo Arango buscaron en Google Maps un inmueble en Medellín. No eran arquitectos ni empresarios turísticos. Ella, una suiza dedicada a proyectos ambientales. Él, colombiano apasionado por las bicicletas. Sin más brújula que la intuición, compraron la casona sin haberla pisado. Lo que parecía una aventura arriesgada, se convirtió pronto en una revelación: habían adquirido una pieza clave del patrimonio urbano y espiritual de la ciudad.

Construida en los años 30 con un aire inglés neo-tudor, la casa había sido, desde 2009, lugar de encuentros y ceremonias de una logia masónica. Aunque discreta hacia afuera, en su interior sobrevivían símbolos y rastros de rituales que hoy pertenecen al imaginario oculto de la ciudad. Esa carga histórica, lejos de ser una carga, fue inspiración para sus nuevos dueños, quienes decidieron respetar la esencia del lugar mientras lo adaptan a su nuevo propósito.

Ubicada frente al icónico teatro El Águila Descalza y a pocos pasos de centros culturales como La Chispa y el Solar del Águila, la casa parece haber sido sembrada en el corazón cultural de Prado. Esa cercanía con la vida artística del barrio fue una señal más para Lía y Camilo: el hotel no sería solo un negocio, sino un puente entre lo que fue y lo que está por venir para esta zona de la ciudad.

Pero restaurar una casa como esta no es una tarea menor. Al llegar finalmente a Medellín, seis meses después de la compra, la pareja entendió que los “arreglitos” serían una reforma mayor. Techos, muros, redes eléctricas y detalles patrimoniales exigían más que presupuesto: pedían paciencia, respeto y visión. A pesar de no ser expertos, se dejaron guiar por artesanos, restauradores y vecinos que conocen el alma de Prado mejor que nadie.

Hoy, las obras avanzan con la promesa de preservar lo esencial. Las habitaciones conservan elementos originales —vigas de madera, vitrales y detalles en piedra— mientras se integran comodidades modernas. El hotel, que tendrá apenas una docena de habitaciones, apostará por la intimidad, el diseño y la conexión con la historia del barrio. Una casa para dormir, sí, pero también para sentir.

La llegada de Casa Mía se suma a un conjunto de proyectos que empiezan a escribir lo que muchos ya llaman la segunda edad dorada de Prado Centro. Entre edificios restaurados, cafés independientes, colectivos culturales y nuevos residentes que valoran el ritmo lento de lo antiguo, el barrio resucita sin perder su alma. Ya no es solo un recuerdo de la Medellín de antaño, sino un experimento urbano que florece sin prisa.

Como en los antiguos rituales masónicos, donde cada piedra se colocaba con sentido, esta restauración también tiene algo de simbólico. Convertir un templo del secreto en un lugar abierto al mundo es, quizás, el gesto más elocuente de este renacer: donde antes se sellaban silencios, hoy se abrirán puertas. Y donde una vez se honró el misterio, ahora se celebra la memoria y la hospitalidad.

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