En la noche del martes, cuando Medellín se entregaba al descanso, una llamada a la línea 123 rompió la quietud con un grito de alerta: ardía fuego en el corazón del Centro. La Clínica Fundadores, en plena Avenida Oriental, vio cómo su séptimo piso se convierte en epicentro de una emergencia que movilizó a más de dos docenas de bomberos, varias máquinas de atención y a un ejército de profesionales de la salud decididos a salvar vidas en medio del humo. A las 11:00 p.m., el Cuerpo de Bomberos reportó que las llamas estaban bajo control, pero las huellas de la noche ya estaban marcadas en más de 150 pacientes que tuvieron que ser evacuados a toda prisa.
El fuego, que se habría originado en el área de hospitalización, aún no tiene una causa confirmada, pero las autoridades sospechan que pudo tratarse de una falla en un equipo médico o una sobrecarga eléctrica. Lo cierto es que la chispa bastó para prender las alarmas y desencadenar una operación de rescate milimétrica en una edificación que, por su uso y su ubicación, no tolera margen de error. Carlos Quintero, director del Departamento Administrativo de Gestión del Riesgo de Medellín (Dagrd), confirmó que el llamado se recibió alrededor de las 10:00 p.m., y que en menos de una hora ya se había contenido el incendio.
El despliegue fue inmediato y preciso: seis máquinas de bomberos y 25 unidades se movilizaron hasta la clínica, donde la prioridad fue evacuar a los pacientes más vulnerables. Entre ellos, dos personas en estado crítico que debieron ser trasladadas a otros centros médicos. La tarea no fue sencilla: el humo se expandía por los corredores, y la incertidumbre se mezclaba con el olor a plástico quemado. Médicos, enfermeros, auxiliares y socorristas trabajaron codo a codo para evitar una tragedia mayor.
En medio del caos, los testimonios comenzaron a multiplicarse. “Pensamos que era una falsa alarma hasta que vimos el humo saliendo del techo”, relató una enfermera que pidió no ser identificada. Algunos pacientes fueron descendidos en camillas por las escaleras, mientras otros, con movilidad reducida, requirieron asistencia especializada. Afuera, familiares angustiados aguardaban noticias, mientras el personal de seguridad intentaba mantener la calma en una escena cargada de tensión.
Una vez controladas las llamas, los organismos de socorro se enfocaron en inspeccionar la infraestructura del edificio. Las primeras revisiones apuntaban a que no había riesgo inminente de colapso, pero aún se requiere una evaluación técnica detallada para determinar si la clínica podrá seguir operando con normalidad en los próximos días. Por ahora, el séptimo piso permanece cerrado, y las autoridades locales han iniciado una investigación formal para esclarecer lo ocurrido.
Este incidente, más allá de ser un hecho aislado, vuelve a poner sobre la mesa la importancia de las revisiones periódicas en las instituciones de salud, especialmente aquellas que operan en estructuras antiguas o en zonas de alta circulación. La Clínica Fundadores es un símbolo del centro de Medellín, y lo ocurrido recuerda que los riesgos no son sólo clínicos, sino también estructurales y eléctricos.
Mientras tanto, la ciudad respira con alivio. La reacción oportuna de los cuerpos de emergencia evitó una tragedia mayor. Queda, sin embargo, la lección escrita en humo: la prevención es tan vital como la atención. Y en esa línea, Medellín deberá seguir fortaleciendo su capacidad de respuesta, para que lo vivido anoche sea una excepción, no una advertencia.