En el corazón de Medellín, donde la ciencia médica y la vocación humanista convergen desde hace más de un siglo, el Hospital San Vicente Fundación enfrenta una de las coyunturas más críticas de su historia reciente. Con una ocupación del 280 % en su servicio de urgencias para adultos, la institución declaró la emergencia hospitalaria, encendiendo las alarmas no solo en Antioquia, sino en todo el sistema de salud colombiano.
Este no es un caso aislado ni un simple pico de atenciones. Es el reflejo de una presión estructural acumulada que viene asfixiando gradualmente a los hospitales de alta complejidad. El San Vicente, símbolo de excelencia médica en la región, se encuentra desbordado: camillas en pasillos, esperas prolongadas de atención, agotamiento del personal y una angustia que se cuela en cada rincón del servicio de urgencias.
La declaración oficial, emitida el 7 de mayo, es tan sobria como inquietante: se supera casi tres veces la capacidad instalada. Los recursos humanos y físicos ya no dan abasto. El llamado a las EPS, clínicas periféricas y a la ciudadanía en general es claro: reducir las remisiones innecesarias y hacer uso racional del servicio. Porque el colapso no es solo del hospital; es del modelo que lo rodea.
En un comunicado lleno de respeto y vocación, el hospital reiteró su compromiso con la atención de calidad, pero advirtió sobre la necesidad de cooperación interinstitucional y conciencia ciudadana. “Ratificamos nuestra misión centenaria… pero esta situación afecta directamente la experiencia y la seguridad de nuestros pacientes”, señalaron.
La emergencia también visibiliza un problema sistémico que se repite en otros centros hospitalarios del país: el uso inadecuado del servicio de urgencias como primera puerta de entrada al sistema. Pacientes con patologías menores que deberían ser atendidas en centros de salud básicos llegan a hospitales de tercer nivel, ocupando recursos diseñados para situaciones críticas. El resultado: saturación, demoras y, en el peor de los casos, vidas en riesgo.
La crisis de San Vicente es un espejo incómodo para la red de salud de Antioquia. Mientras tanto, el personal médico continúa en pie, haciendo malabares entre la vocación de servicio y la sobrecarga laboral. Médicos, enfermeras, auxiliares y administrativos enfrentan jornadas extenuantes, en medio de una demanda que no cesa y de una sociedad que, muchas veces, no dimensiona el esfuerzo que implica sostener la atención en medio del caos.
Es urgente que las autoridades departamentales y nacionales respondan no solo con solidaridad, sino con soluciones. Desde ajustes en los mecanismos de remisión, pasando por el fortalecimiento de la red primaria de atención, hasta el respaldo financiero y operativo a los hospitales que hoy se ahogan en su misión de salvar vidas. Lo que está ocurriendo en San Vicente puede ser solo el preludio de una cadena de colapsos si no se actúa con determinación.
En medio de la emergencia, una lección debe quedar grabada en el corazón de la ciudadanía: acudir a urgencias no debe ser la reacción automática ante cualquier malestar. Aprender cuándo y cómo acudir no solo protege al paciente, sino que permite que quienes verdaderamente están en riesgo vital reciban atención con dignidad y prontitud.