Por: Armando Estrada Villa
El deporte ofrece múltiples aspectos positivos: es escuela de disciplina, juego limpio, control, superación de sí mismo, aceptación de la propia limitación, trabajo en equipo, respeto al adversario, aprendizaje a saber perder, respeto por el vencido y enriquecimiento de la comunicación con los demás. Enseña que el éxito es fruto del esfuerzo y que no hay éxitos improvisados ni gratuitos.
Empero, hay que distinguir entre el deporte práctica y el deporte espectáculo, que, en el caso del fútbol, suele ocurrir que en vez de fortalecer los valores propios del deporte los trastoca y hasta los degrada. El balompié profesional es hoy mucho más que un juego. Intereses económicos, comerciales y hasta políticos se hallan inmersos en ese torbellino, que arrastra tras de sí ingentes masas y detrás de ellas los intereses comerciales, que movilizan gigantescas cantidades de dinero por taquillas, derechos de transmisión, publicidad comercial, venta de jugadores, apuestas. Negocios limpios y sucios pelechan en su entorno.
Por su parte, los hinchas convierten la diversión pasiva en pasión y sufrimiento, en rivalidad conflictiva y belicosidad, dentro y fuera de los partidos. Dada la lógica de guerra ritualizada, por la contraposición de amigo–enemigo, el fútbol suscita entusiasmos histéricos y genera reacciones emocionales que conducen muchas veces a la violencia física, el disturbio y el vandalismo.
Si se observa a varias personas que alzan la voz, ironizan y pierden la compostura es seguro que están hablando de fútbol y cada uno defiende con agresividad el equipo del cual es hincha y se echan en cara los éxitos y fracasos de sus equipos. Y conste que, como dice Giovanni Sartori en La democracia en nueve lecciones, “Hoy solo se discute sobre fútbol”.
Si un destacado profesional, un dirigente político o empresario en su campo de actividad razona con lucidez y argumenta con propiedad, si se trata del equipo del cual es hincha su brillo argumental desaparece y da paso al fanático que ni admite ni da razones y que alega sin ninguna capacidad discursiva.
Si una persona pausada y serena en los avatares ordinarios de la vida va al estadio, es visible, si es buen hincha, que se transforme y se torne en un energúmeno, que insulta al árbitro y a los jugadores y grita vulgaridades que no tienen cuento ni medida.
Si nadie agrede, pelea u ofende y menos aún mata por los triunfos de Nairo, Cabal y Farah y Caterine Ibargüen, cuando se trata de los éxitos y fracasos en el fútbol, entre los hinchas hay agresiones, peleas y ofensas y se convierte en un agravio para el fanático del equipo contrario lucir una camiseta roja, verde, azul, que en no pocas ocasiones termina en violencia.
Si en cualquier ciudad se va a jugar un partido importante la vida cotidiana se altera por completo y las medidas de seguridad se incrementan como si hubiera una guerra o un serio problema de orden público. Policías, soldados y tanques, salen a las calles a tratar de prevenir los desmanes que provocan los hinchas.
Si es normal en la vida cotidiana que una persona cambie de partido político, religión, nacionalidad y hasta de esposa, es inconcebible, por la lealtad inquebrantable de los hinchas, que alguien cambie su equipo preferido.
Por todo esto, es válido preguntar: ¿el fútbol espectáculo educa hacia la comprensión o excita la rivalidad?
Tomado de El Colombiano.