En una farsa perfectamente elaborada, el gobierno de Nicolás Maduro ha presentado ante la faz del mundo un nuevo y monstruoso fraude electoral. La jornada electoral, que prometía ser una oportunidad para el cambio, se ha convertido en un espectáculo orquestado con precisión para asegurar la continuidad del régimen, por seis años más.
Todo estaba fríamente calculado: durante el día, se permitía que la población gozara y bailara, creando una falsa sensación de normalidad y celebración. Sin embargo, al cerrar las urnas, el Consejo Nacional Electoral se encerró, dando paso a una serie de eventos premeditados que desenmascararon el fraude.
El comandante del ejército emitió un mensaje de alerta, preparando el terreno para el anuncio del poderoso Diosdado Cabello, quien no tardó en declarar el inminente robo electoral. La culminación de esta farsa llegó con un anuncio envuelto en papel de aguinaldo y un regaño de Maduro dirigido a todos, incluyendo a Estados Unidos, acusándolos de ingenuidad por no prever lo que estaba por suceder.
La reacción internacional no se hizo esperar. Hasta Colombia, por medio de su canciller, ha pedido que se haga claridad en toda esta farsa, reflejando la preocupación global ante la manipulación evidente de un proceso electoral que debería ser transparente y democrático.
Este fraude electoral en Venezuela no solo socava la esperanza de millones de venezolanos, sino que también pone en evidencia la desesperación de un régimen que, temiendo perder el poder, recurre a prácticas antidemocráticas y deshonestas.
La comunidad internacional se enfrenta ahora al desafío de responder a esta grave violación de los principios democráticos y buscar vías para apoyar a la población venezolana en su lucha por la justicia y la libertad.