A tan solo unos días de sus incendiarias declaraciones en la Primera Cumbre Mundial de Parteras Tradicionales en Cali, la vicepresidenta Francia Márquez ha vuelto al centro del debate político nacional. Sus palabras, cargadas de fuerza y crítica, resonaron como un grito desde las entrañas de una Colombia aún profundamente desigual: «Somos útiles para ganar elecciones, pero no para gobernar». Con esta frase, que ya circula como consigna en redes sociales y círculos sociales progresistas, Márquez no solo rompió el silencio, sino que marcó distancia de un Gobierno al que ayudó a llegar al poder, pero del cual hoy parece sentirse relegada.
El presidente Gustavo Petro no tardó en responder. En menos de 48 horas, usó su cuenta en X para lanzar un mensaje indirecto, pero claramente dirigido a su fórmula vicepresidencial. «El Ministerio de la Igualdad fue mal manejado», sentenció Petro, en lo que muchos interpretaron como una crítica directa a la gestión de Márquez en esa cartera. Sin nombrarla, defendió la concepción original del ministerio, ahora liderado por Carlos Rosero, mientras advertía que su supervivencia está amenazada por los ataques de “las fuerzas más oscuras de la extrema derecha”, aquellas que, según él, ya lograron cercenar su alcance a través de la Corte Constitucional.
Las tensiones entre Márquez y Petro no son nuevas, pero sí han alcanzado un punto de ebullición que alimenta rumores de ruptura. En Cali, ante decenas de mujeres líderes de Colombia y el mundo, Márquez expuso lo que para ella ha sido un patrón sistemático de exclusión. No es la primera vez que lo hace. En el pasado, ya había reclamado por el trato recibido de figuras del círculo presidencial como Laura Sarabia y Armando Benedetti, en un histórico Consejo de Ministros televisado. Sin embargo, el tono de ahora tiene algo distinto: la convicción de quien ya piensa en una salida del Ejecutivo… y en una llegada propia a 2026.
Fuentes cercanas a su equipo aseguran que Márquez estaría explorando escenarios más allá de la Vicepresidencia. Su nombre suena con fuerza en sectores que buscan una candidatura alternativa, con raíces en las regiones olvidadas y las luchas sociales históricas. La posibilidad de una aspiración presidencial no suena descabellada si se tiene en cuenta su creciente protagonismo entre comunidades afro, movimientos ambientalistas y organizaciones feministas. Incluso en sectores urbanos progresistas, su figura despierta simpatía como una alternativa a los partidos tradicionales… e incluso a un petrismo que muchos consideran que ha traicionado parte de sus promesas iniciales.
Petro, por su parte, parece hacer cálculos similares. Su discurso, lejos de acercar posturas, ha evidenciado la incomodidad que le provoca la agenda propia de Márquez. En lugar de tender puentes, optó por advertir sobre los peligros de reducir el Ministerio de Igualdad a una sola causa, una crítica velada a lo que él considera el enfoque limitado de su exministra. Pero lo cierto es que detrás de estas tensiones subyace un problema mayor: la dificultad del Gobierno para contener dentro de sí la diversidad de agendas que lo llevaron al poder.
Lo que está en juego no es solo la permanencia de Francia Márquez en la Vicepresidencia, sino la vigencia de un pacto político y simbólico que ilusionó a millones de colombianos en 2022. La fórmula Petro-Márquez representaba un cambio profundo, una apuesta por la inclusión y la justicia social. Hoy, esas promesas parecen resquebrajarse en medio de disputas internas, discursos cruzados y visiones enfrentadas sobre lo que significa gobernar para “los nadies”.
Así las cosas, el camino de Márquez hacia 2026 podría estar más cerca de lo que muchos piensan. Ya no como escudera de un proyecto ajeno, sino como cabeza visible de una propuesta propia. Una propuesta que, aunque nacida en los márgenes, quiere disputarse el centro del poder. Y que, en su andar, podría reconfigurar por completo el mapa político de Colombia.