Exjugador de Atlético Nacional Álvaro Angulo recibió amenazas de muerte

La carrera de un futbolista, como la de cualquier artista o trabajador público, transcurre muchas veces entre aplausos y rechiflas, pero pocas veces toca el abismo de lo intolerable. Álvaro Angulo, lateral izquierdo nacido en Tumaco hace 28 años y exjugador de Atlético Nacional, hoy jugador de Pumas UNAM en México, enfrenta una situación que trasciende lo deportivo: ha recibido amenazas de muerte a través de su teléfono y correo electrónico, en un episodio que sacude, una vez más, las fibras más delicadas del fútbol latinoamericano.

El escándalo se conoció tras la eliminación de Pumas en la Leagues Cup, luego de una derrota 3-1 ante el Inter de Miami. En rueda de prensa, el técnico Efraín Juárez —quien ya había dirigido a Angulo en Nacional— no se guardó nada. “Recibió amenazas de muerte, a su correo y a su teléfono”, denunció con un gesto más de preocupación que de rabia. “Lo digo públicamente porque esto no es normal. Estamos en una investigación interna del club”. Su mensaje fue claro: el fútbol puede ser pasión, pero jamás excusa para el odio.

Aunque no hay confirmación oficial sobre la procedencia de los mensajes, Juárez dejó entrever que podrían estar vinculados a su corta y accidentada estadía en Independiente de Avellaneda, donde no logró consolidarse como esperaba. “No sé de dónde vienen, pero todo indica que viene de allá”, dijo sin querer señalar directamente al club argentino, pero dejando sobre la mesa una sospecha que merece atención y respuesta.

Álvaro Angulo llegó al fútbol profesional en 2014, con Deportivo Pasto, y desde entonces forjó una carrera ascendente que lo llevó a ser campeón cinco veces con Atlético Nacional. Más allá de sus títulos, su desempeño se caracterizó por su disciplina, su despliegue por la banda izquierda y su humildad dentro y fuera de la cancha. No obstante, su paso por Argentina fue breve y cargado de tensiones que aún hoy no terminan de esclarecerse.

En conversación reciente con ESPN, Angulo explicó que su salida de Independiente se dio por diferencias insalvables con el entorno del club, y que tomó la decisión de cerrar ese capítulo para priorizar su salud mental y profesional. “A veces no todo depende de uno”, dijo con mesura, evitando echar leña al fuego. Su llegada a Pumas fue vista como una oportunidad de recomenzar, pero lo que parecía una nueva etapa, hoy se ve empañada por estas lamentables amenazas.

Lo más grave, sin embargo, no es solo el riesgo personal que enfrenta Angulo, sino el síntoma social que revelan estos actos. El fútbol, que debería ser terreno de encuentro, se ha convertido en campo de odio en muchos rincones del continente. No es la primera vez que un jugador colombiano es amenazado o atacado por su rendimiento deportivo; los fantasmas de Escobar, Armero o Mina aún rondan la memoria nacional. ¿Hasta cuándo confundiremos pasión con violencia?

Hoy, más que nunca, el deporte colombiano necesita un compromiso serio de todos los actores —clubes, federaciones, gobiernos y medios— para blindar a sus jugadores del acoso y el odio. El caso de Álvaro Angulo debe ser investigado con rigor y tratado con toda la seriedad que merece. Porque ningún gol, ninguna derrota, ningún pase mal dado justifica poner en riesgo la vida de alguien. El fútbol es juego. La violencia, no.

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