Envigado quiere cambiar el guión de La Catedral: del morbo al sentido de memoria

La Catedral no se borra. Enclavada en las montañas del valle de La Miel, a escasos 14 kilómetros del casco urbano de Envigado, aún conserva el eco turbio de un capítulo doloroso de la historia colombiana. Allí estuvo recluido —o más bien escondido— Pablo Escobar entre 1991 y 1992, en una supuesta cárcel construida a su medida. Hoy, el sitio recibe decenas de turistas cada semana, muchos de ellos extranjeros, que suben atraídos por la leyenda, por los cuentos del narco, por las historias que se repiten en series, documentales y canales de YouTube. Lo hacen por morbo, por curiosidad, por esa fascinación global —e incómoda— con la figura del criminal.

El problema no es solo que La Catedral siga siendo un lugar de peregrinación para el turismo narco. El problema es que muchos de los que suben y bajan esa montaña no se enteran siquiera de que han estado en Envigado. Salen con videos donde se habla de fantasmas, sicarios, túneles ocultos, pero sin una sola mención a la gente viva del municipio, a su historia real, a sus artistas, a su cultura, a su presente. La visita se reduce a una postal distorsionada de una Colombia que ya no quiere vivir atada a esa narrativa.

Por eso, en las últimas semanas, ha cobrado fuerza una propuesta desde el Concejo de Envigado: resignificar el lugar, usarlo como punto de partida para una nueva narrativa que no niegue el pasado, pero que lo ubique en su dimensión justa. “Si el relato de Pablo Escobar es más fuerte que las mismas fuerzas de la administración pública, llegó el momento de repensar la estrategia”, dice el concejal Leo Alzate. Y añade: “A Envigado no le puede dar vergüenza de su memoria. Pero tampoco puede quedarse prisionero de ella”.

La idea, respaldada por varios sectores de la sociedad civil, es ambiciosa: convertir La Catedral en un centro cultural, un parque de la memoria, un estudio musical o un nodo turístico desde el cual se proyecte la verdadera identidad del municipio. No se trata de maquillar la historia ni de tapar el horror, sino de usarlo como detonante para un discurso más amplio, más humano, más esperanzador. Un relato donde las víctimas tengan voz, donde se honre la resistencia, donde el turismo sea un puente hacia la empatía y no una pasarela para alimentar la leyenda del victimario.

Actualmente, lo que queda en La Catedral no es mucho. Algunas ruinas, un camino de hojas secas, un cascarón sin alma. Pero el lugar aún vibra, no por lo que muestra, sino por lo que representa. Hoy, muchos visitantes llegan en carros de lujo, suben con drones y celulares de última generación para grabar una sombra. Terminan su recorrido con una foto en la entrada y bajan sin haber tocado un solo hilo del verdadero tejido de Envigado. Ni siquiera se detienen a probar su comida, a escuchar su música, a visitar sus plazas o a conocer a su gente.

La propuesta del Consejo y de líderes comunitarios apunta a revertir esa lógica. Crear un circuito turístico responsable que vincule a La Catedral con otras expresiones vivas del municipio: sus rutas ecológicas, sus proyectos de arte urbano, sus casas culturales, sus cocinas tradicionales. A reorientar esa atracción global que aún despierta Escobar hacia una reflexión crítica y hacia una experiencia que enriquezca, en lugar de alimentar la mitología del crimen.

Envigado no niega que La Catedral exista. Pero quiere, y necesita, cambiar el guión. Convertir el sitio en un espacio de pedagogía, de memoria activa, de creación colectiva. En lugar de seguir exportando el mito del narco, la apuesta es por contar la historia desde quienes sobrevivieron, desde quienes construyen comunidad a diario. No se trata de eliminar el pasado, sino de dignificarlo. Y en ese tránsito, quizá se encuentre el verdadero turismo que merece Colombia.

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