Entre el Atanasio y Montevideo: El dilema táctico de Gandolfi

Atlético Nacional no juega solo con la pelota: juega con el calendario, con los nervios de su hinchada y, sobre todo, con las decisiones de un técnico que todavía se juega su legitimidad. Este domingo, el césped del Atanasio Girardot no será apenas el escenario de un partido crucial ante Junior; será la pista de prueba de una apuesta estratégica de Javier Gandolfi, quien debe elegir entre preservar su invicto en casa o reservar su arsenal para el asalto continental del miércoles en Montevideo.

La reciente derrota ante Águilas Doradas dejó un sabor amargo no solo por el marcador, sino por el eco que generó dentro del camerino. El discurso de la rotación y la igualdad de condiciones entre titulares y suplentes se resquebrajó en la práctica. El punto invisible, ese intangible tan deseado que otorga ventaja en los cuadrangulares, hoy pende de un hilo, y con él, parte del respaldo popular que Gandolfi había venido cultivando con resultados más que con retórica.

Ahora, con Junior como visitante incómodo y ambicioso, la balanza no se inclina fácilmente hacia ningún lado. Apostar por una nómina alterna sería repetir el experimento fallido de Rionegro, pero cargar con la titular este domingo también representa un riesgo: el desgaste físico podría pasar factura en Uruguay, donde Nacional enfrentará a su homónimo charrúa por el liderato de grupo en la Copa Libertadores. El dilema es evidente, pero la solución no.

Más allá de los nombres propios, lo que se juega este domingo es una narrativa: la de Nacional como un equipo imbatible en casa, como un conjunto capaz de sostener la exigencia doble de torneo local e internacional. La racha de 28 partidos sin perder en el Atanasio no es apenas estadística, es identidad. Y perderla ante un rival directo como Junior sería más que un traspié: sería abrir una grieta en la coraza emocional de un grupo que hasta hace poco se creía indestructible.

Junior, por su parte, llega con una artillería que no entiende de cálculos ni de rotaciones. Viene a sumar, incluso a ganar, y sabe que puede aprovechar un Nacional dividido entre la prudencia y el orgullo. Gandolfi, entonces, se enfrenta a su primer gran examen de madurez: demostrar que puede gestionar los tiempos sin perder la esencia. Que puede mirar al horizonte sin tropezar con la piedra más cercana.

Algunos sectores del entorno verdolaga ya piden pragmatismo: priorizar la Copa Libertadores, dosificar esfuerzos, pensar en grande. Pero en el ADN del hincha verde hay una exigencia indeclinable: competir siempre, con lo mejor. Para una afición que mide la grandeza en gestas, no hay victoria valiosa si se renuncia a la pelea.

El problema de Gandolfi no es solo táctico, es simbólico. Cualquier decisión que tome será leída como una declaración de intenciones. Si rota, se arriesga a perder el control del discurso. Si insiste con los habituales, expone a su equipo al desgaste que en este punto de la temporada puede costar caro. En el fondo, es una lección de liderazgo: saber cuándo resistir y cuándo ceder, cuándo cuidar la forma y cuándo priorizar el fondo.

Así, el Atanasio se convierte este domingo en una antesala de lo que será Montevideo. Porque lo que ocurra ante Junior no solo definirá puntos en la tabla, sino el tono emocional con el que Nacional enfrente su próximo reto continental. Para Gandolfi, es el momento de demostrar que puede dirigir no solo un equipo, sino una expectativa. Y eso, en Nacional, vale tanto como un título.

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