El cielo diplomático entre Colombia y Estados Unidos se nubló el pasado 3 de julio, cuando una afirmación del presidente Gustavo Petro agitó las aguas entre Bogotá y Washington. Sin mostrar pruebas, el mandatario colombiano insinuó que existía una presunta injerencia del gobierno estadounidense en un supuesto plan para apartarlo del poder. La reacción de la Casa Blanca no se hizo esperar: John McNamara, encargado de negocios de la Embajada en Colombia, fue llamado a consultas urgentes en Washington. El gesto, aunque técnico en el lenguaje diplomático, fue interpretado como un claro mensaje de malestar.
Pero bastaron cinco días para que el telón de la tensión comenzara a levantarse. Este martes, McNamara ya se encontraba de regreso en territorio colombiano. Su llegada, silenciosa pero simbólica, tuvo como primer destino la ciudad de Medellín, donde asiste a la inauguración de la Feria Internacional Aeronáutica y Espacial F-AIR Colombia 2025. Allí, entre turbinas, uniformes militares y delegaciones internacionales, la diplomacia retomó su curso, esta vez en medio del rugido de los motores y el lenguaje técnico del poder aéreo.
Su presencia en la feria más importante del sector aeronáutico del país no es casual. Este evento, que celebra su duodécima edición, se convierte en el escenario perfecto para una reaparición pública que envía una señal de distensión. Al fin y al cabo, Estados Unidos es el principal socio estratégico de Colombia en materia de defensa, tecnología y cooperación internacional. Que el embajador encargado esté allí, sin declaraciones confrontativas ni ausencias notorias, es un indicio de que la tormenta podría estar amainando.
Sin embargo, los gestos diplomáticos rara vez son espontáneos. McNamara regresó, sí, pero lo hizo sin que se hiciera pública una declaración oficial que diera por cerrada la controversia. En otras palabras: la crisis no ha desaparecido, pero el regreso del funcionario sugiere que ambas partes han optado, por ahora, por bajar el tono. Ni ruptura ni olvido: una pausa estratégica en el tablero geopolítico.
Mientras tanto, en Bogotá, la Cancillería guarda silencio. No ha habido un comunicado de prensa que celebre el retorno de McNamara ni una rueda de prensa conjunta que exhiba la supuesta “normalidad” de las relaciones. En diplomacia, muchas veces lo que no se dice es tan importante como lo que se comunica. Y el mutismo compartido entre ambos gobiernos puede leerse como un esfuerzo mutuo por desactivar la tensión sin hacer demasiadas concesiones públicas.
Los analistas internacionales señalan que este tipo de episodios son frecuentes en relaciones bilaterales intensas y prolongadas. Colombia y Estados Unidos, socios históricos, han pasado por momentos de frialdad similares, aunque raramente tan públicos como este. La diferencia ahora es que la política exterior del gobierno Petro ha apostado por un lenguaje directo, incluso provocador, que a veces tropieza con las formas tradicionales de la diplomacia estadounidense.
En cualquier caso, el regreso de McNamara es una señal de que hay voluntad de diálogo. No es el final de una crisis, pero sí una tregua silenciosa. Y mientras los aviones surcan el cielo de Medellín durante la F-AIR, la relación bilateral sigue navegando entre nubes, en espera de que el piloto automático del pragmatismo vuelva a tomar el control.