El ruido del asfalto: 40 % de las muertes de motociclistas en Medellín, por choques contra objetos fijos

La ciudad que en las noches vibra con motores y ruedas quemando caucho también se estremece, con frecuencia dolorosa, por el estruendo seco de vidas que se apagan en el asfalto. Medellín, la urbe que alguna vez soñó con ser ejemplo de movilidad inteligente, hoy enfrenta una tragedia cotidiana: el 40 % de las muertes de motociclistas ocurre por choques contra objetos fijos, una estadística que desnuda la peligrosa convivencia de velocidad, imprudencia y estructuras viales hostiles.

El último adiós a “Gocho Grau”, un joven venezolano de 19 años, fue una postal que resume los contrastes de la cultura motociclista en la ciudad: pólvora, música, acrobacias y una caravana multitudinaria por las calles de Aranjuez, para despedir al joven que perdió la vida al estrellarse contra un bus de Metroplús mientras, presuntamente, realizaba maniobras prohibidas en un carril exclusivo. Su muerte, absurda pero no excepcional, se suma a las 70 que ya han cobrado las motocicletas en lo que va del año, representando el 60 % del total de fatalidades en siniestros viales en Medellín.

Pero el caso de “Gocho” no es una excepción, sino parte de un patrón crudo y reiterativo. Apenas un par de días después, en la madrugada del 3 de junio, otro motociclista —esta vez un hombre de 56 años— murió al estrellarse contra un separador en pleno centro, entre la carrera 55 y las calles 42 y 41. La hipótesis preliminar apunta a una combinación fatal: exceso de velocidad y aparente estado de embriaguez. Así, el pavimento central de Medellín sigue siendo escenario de tragedias que, más que accidentes, parecen consecuencias de una cadena de decisiones erradas y desprotección institucional.

Las cifras son un espejo que no miente. Según el Observatorio de Movilidad, las comunas más letales para los motociclistas se repiten como una letanía: La Candelaria (Comuna 10), el corazón histórico y comercial de Medellín; las autopistas Norte y Sur, arterias de alta velocidad con escasa tolerancia al error; y las vías del sistema del río, donde la fluidez del tránsito contrasta con la fragilidad humana. Son territorios donde la infraestructura y la cultura vial colisionan con frecuencia trágica.

Un estudio de la Facultad Nacional de Salud Pública de la Universidad de Antioquia, publicado en 2023, ya había advertido lo que hoy vuelve a gritar la realidad: los sectores nororientales, la vía al corregimiento de Santa Elena, Buenos Aires y corredores como San Juan son zonas críticas por sus altos volúmenes de tránsito y velocidades que no perdonan. En estos espacios, la motocicleta se convierte, más que en medio de transporte, en ruleta rusa para muchos jóvenes que buscan en ella agilidad y libertad, sin medir las consecuencias.

Más allá de las cifras y las tragedias personales, lo que ocurre en Medellín refleja una falla estructural. La motocicleta, símbolo de movilidad popular y rebeldía urbana, se ha vuelto también ícono de un sistema vial que no protege ni educa. La falta de controles efectivos, una cultura de riesgo normalizada y una infraestructura que no amortigua el error humano son ingredientes de una receta que lleva años fragmentándose sin solución a la vista.

Mientras las caravanas de despedida se repiten y los nombres cambian, el mensaje sigue siendo el mismo: Medellín está perdiendo a su juventud sobre dos ruedas, en choques que no deberían ocurrir. Si la ciudad quiere de verdad frenar esta hemorragia silenciosa, tendrá que mirar más allá de los comparendos y las campañas pasajeras, y repensar, con honestidad, qué tipo de movilidad está construyendo para quienes cada día se juegan la vida entre el ruido del motor y el filo del concreto.

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