En una ciudad donde las montañas dibujan el ritmo de la vida, Medellín ha comenzado a transformar su sonido urbano. Ya no son solo las motos ni los buses de antaño los que marcan el pulso de sus calles. Hoy, entre avenidas repletas de flores y cuestas que parecen desafiar la física, empieza a escucharse el rugido silencioso de la transición energética. En 2025, por cada cien carros nuevos que se matriculan en la capital antioqueña, once ya son eléctricos. Una cifra que, más allá de los datos, habla de una ciudad que está decidida a mirar hacia el futuro.
El cambio no es casual. Se explica en parte por los incentivos que ha dispuesto el Estado y la alcaldía: reducción del impuesto vehicular, exenciones en pico y placa, tarifas preferenciales en parqueaderos y hasta prioridad en zonas de carga. Pero también hay otros factores, más cotidianos, que empujan esta revolución: el precio de la gasolina, que no deja de subir; la creciente oferta tecnológica que ya permite autonomía y potencia incluso en terrenos inclinados; y una ciudadanía cada vez más informada y comprometida con su entorno.
Agosto fue un mes revelador. Según el más reciente informe de la Andi y Fenalco, Medellín registró 367 matrículas de vehículos eléctricos, un salto de más del 156% frente a las cifras del mismo mes en 2024. Solo Bogotá —con más del doble de población y territorio— logró superar ese número. Sin embargo, al poner la lupa en la proporción de vehículos eléctricos por habitante, Medellín toma la delantera como líder nacional. Una hazaña que, vista desde las empinadas laderas de la Comuna 13 o desde las avenidas del Poblado, tiene un valor doble: movilidad limpia y adaptación geográfica.
El crecimiento anual es aún más elocuente. Entre enero y agosto de este año, la ciudad ha matriculado 2.148 vehículos eléctricos, un aumento del 195,5% respecto al mismo periodo del año anterior. Es decir, Medellín no solo está adoptando esta tecnología: la está abrazando a una velocidad inesperada, convirtiéndola en símbolo de un nuevo orgullo paisa. Porque sí, aquí se presume tanto del equipo como de la innovación, tanto del café como de la ingeniería.
Lo notable es que el cambio no se limita a los estratos altos o a los sectores céntricos. Las estaciones de carga, antes concentradas en zonas empresariales o centros comerciales, empiezan a florecer en barrios intermedios y hasta en conjuntos residenciales populares. Las aplicaciones para planear rutas eléctricas se descargan cada vez más, y los concesionarios han entendido que la venta de carros eléctricos no es una moda pasajera, sino un movimiento irreversible.
Pero la historia de Medellín con la movilidad eléctrica no empieza ni termina en 2025. Hace más de una década, la ciudad fue pionera con su sistema de Metro y los metrocables que conectan zonas antes olvidadas. Hoy, esa visión se actualiza en cuatro ruedas, sin humo, sin ruido, y con una promesa: que la innovación debe ser también una forma de equidad. Cada vehículo eléctrico que sube por una loma en Manrique o desciende hacia el centro es una declaración de intención colectiva.
Medellín, con su empuje característico, vuelve a demostrar que el cambio no siempre es una ruptura: a veces es una continuidad sabia con su propia historia. En vez de huir a sus montañas, las conquista con tecnología. En vez de pelear contra la geografía, la transforma en aliada. Así, en este 2025, la ciudad no solo pisa el acelerador eléctrico: también se proyecta como ejemplo de que la sostenibilidad es posible —y que, como casi todo aquí, empieza por creer que sí se puede.