En una imagen que mezcla dolor, esperanza y convicción, María Claudia Tarazona —esposa del senador Miguel Uribe Turbay— compartió con el país un mensaje que no solo confirma el progreso médico de su esposo, sino también la fortaleza espiritual con la que afrontan uno de los capítulos más complejos de su vida. “Empezamos un nuevo camino lleno de fe inquebrantable: tu rehabilitación”, escribió, conmovida, desde la Fundación Santa Fe de Bogotá, donde el político se recupera tras sobrevivir a un atentado que sacudió el escenario político nacional.
Fue el 7 de junio cuando una ráfaga de disparos interrumpió abruptamente una concentración en el barrio Modelia. En medio del bullicio de una campaña y las palabras de entusiasmo, la violencia volvió a marcar su impronta. Miguel Uribe, de 39 años, fue baleado en circunstancias aún bajo investigación, pero cuyas consecuencias humanas y emocionales están hoy a la vista: un líder herido, una familia fracturada por el susto, y un país que mira con desconcierto cómo la violencia se infiltra en las plazas públicas.
Desde entonces, la historia de Uribe Turbay ha sido la de una lucha silenciosa y tenaz contra el dolor, el trauma y las secuelas físicas. Según sus médicos, las múltiples intervenciones quirúrgicas a las que ha sido sometido han sido exitosas, y su evolución ha sorprendido incluso al cuerpo clínico. Pero más allá de los partes médicos, lo que emociona es la fuerza de la palabra convertida en refugio: “Vemos la obra de Dios cada día de tu vida, amor mío”, escribió Tarazona, dándole a la recuperación un sentido de milagro compartido.
La oración se ha vuelto protagonista en esta narrativa. No solo por el carácter íntimo de la fe que María Claudia describe, sino por el eco que sus palabras han tenido en cientos de ciudadanos que, más allá de su color político, han enviado mensajes de aliento, de solidaridad y de respeto. En un país donde la polarización ha desgastado el alma pública, la fragilidad de un cuerpo atravesado por la violencia ha despertado la simpatía de muchos.
La Fundación Santa Fe ha sido el escenario del renacimiento lento pero firme de Miguel Uribe. Allí, rodeado de profesionales y del amor incondicional de su familia, ha comenzado su rehabilitación física, esa segunda batalla que exige aún más disciplina, paciencia y confianza. En palabras de su esposa, cada pequeño movimiento es un logro, y cada día más cerca de volver a levantarse por completo.
La figura del senador, que antes recorría el país como precandidato presidencial, hoy se mueve a otro ritmo: el de la introspección, la recuperación y el encuentro con lo esencial. En una Colombia tan dada al olvido y la inmediatez, su historia representa una pausa necesaria: un testimonio de vulnerabilidad, pero también de resistencia, de humanidad frente al vértigo político.
En esta nueva etapa, Miguel Uribe Turbay no solo se juega su salud, sino también su papel en el debate público. No como símbolo de dolor, sino como testigo de que incluso en medio del caos, aún hay caminos de fe, aún hay lugar para la esperanza. Y mientras su cuerpo sana, su historia —como tantas otras en este país herido— nos recuerda que el coraje no siempre grita en las plazas, a veces simplemente respira.