El ocaso de la ortografía y el amanecer del caos: Petro y el poder de sus palabras

En la madrugada del país digital, cuando la palabra aún no se ha despistado y el juicio sigue en silencio, el presidente Gustavo Petro escribió en X (antes Twitter) una frase que ha dejado perplejos a ciudadanos, analistas y lingüistas por igual: “Amanecer busco en el amor la Forma de extraer dineros para pagar campañas en Bogotá”. Una cadena de errores tipográficos difícil de ignorar, pero más difícil aún de comprender viniendo del primer mandatario de la nación.

La publicación llegó como respuesta a la orden de captura emitida por la Corte Suprema de Justicia contra Iván Name y Andrés Calle, ambos figuras centrales del Congreso, ambos envueltos ahora en uno de los escándalos de corrupción más escandalosos del presente gobierno. El caso de la UNGRD ha destapado una red de presunto desvío de recursos públicos para fines políticos, un cáncer que, si se confirma, habrá carcomido hasta los huesos de la institucionalidad.

Pero lo que más ruido generó en el inmediato presente no fue la gravedad de las acusaciones, sino la forma errática y atropellada en que el presidente intentó denunciar lo ocurrido. Con una redacción plagada de errores —algunos atribuibles al descuido, otros quizás al cansancio o al uso errático de autocorrecciones—, el mensaje terminó eclipsando el contenido. En redes, más se discutió sobre la sintaxis que sobre la corrupción.

No es la primera vez que Petro recurre a X como plataforma para emitir declaraciones improvisadas, polémicas o crípticas. Lo preocupante es que cada palabra que emana del despacho presidencial tiene peso institucional. En una democracia fatigada por la desinformación y el ruido, el lenguaje del jefe de Estado no puede permitirse ambigüedades ni deslices. La política, además de hechos, se construye con símbolos. Y el símbolo de un presidente desvelado y errático, lanzando frases confusas al ciberespacio, deja más preguntas que respuestas.

Aun así, detrás de los errores ortográficos hay una acusación de fondo que no debe diluirse: el señalamiento directo de que desde el corazón del Congreso se habrían canalizado fondos públicos hacia campañas políticas, lo que, de confirmarse, significa una traición directa al erario y al voto ciudadano. Petro, en su estilo usual, no espera a que hablen los jueces; sentencia desde la plaza digital.

La pregunta que hoy se impone es doble: ¿cuánto daño hace la forma al fondo? ¿Y cuánto pierde la nación cuando su presidente elige hablar con el ímpetu de la madrugada antes que con la serenidad del día? A estas alturas, resulta evidente que el país necesita una conversación madura sobre el tono y el rigor del discurso presidencial, que no se puede normalizar que el líder de una nación se exprese con tal nivel de improvisación.

Los hechos de corrupción deben ser investigados con todo el peso de la ley, y si Name y Calle son culpables, deberán responder ante la justicia. Pero también se debe exigir responsabilidad política a quienes, desde la cúspide del poder, manejan el lenguaje como si fuese un juguete y no una herramienta sagrada de gobierno. No se trata de gramática; se trata de credibilidad.

Porque si la palabra presidencial pierde peso, todo el Estado se hace más liviano. Y en un país como Colombia, donde la institucionalidad siempre camina al borde del abismo, no hay espacio para la ligereza. Ni en la forma, ni en el fondo.

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