El mar los devolvió: la esperanza flotó tres días en Necoclí

Tres días estuvo el mar en silencio. Tres días de angustia, oración y zozobra para las familias de Eli Rodríguez, Kevin Mestre, Albeiro Reyes y Santiago Guerrero, jóvenes que zarparon desde el corregimiento de El Totumo, en Necoclí, con destino a San Francisco, Chocó, y que nunca llegaron. En esa esquina del país, donde el cielo y el agua se confunden al atardecer, el tiempo pareció detenerse. Pero este miércoles, el milagro ocurrió: los cuatro fueron hallados con vida en aguas del Golfo de Urabá.

El rescate, liderado por la Armada Nacional, fue posible gracias a la activación de un plan de búsqueda urgente, que involucró patrullas de guardacostas, sobrevuelos y la colaboración de pescadores locales. Fue precisamente uno de esos recorridos marítimos el que logró avistar la lancha “La Pitufa”, a la deriva, con sus cuatro ocupantes exhaustos pero vivos. Habían estado tres días expuestos al sol, al hambre, al miedo y al oleaje que en esas zonas no concede tregua.

Según explicó el capitán de corbeta Yesid Sanabria Melo, comandante de la estación de Guardacostas de Urabá, el grupo fue hallado gracias a la persistencia de las labores de búsqueda y a una alerta emitida apenas se confirmó su desaparición. Una vez localizados, fueron trasladados de inmediato a un centro médico, donde recibieron atención por deshidratación, quemaduras leves y agotamiento. “Están estables y con el ánimo de quien ha vuelto a nacer”, dijo el oficial.

El relato de su supervivencia es tan crudo como admirable. En medio del mar, sin gasolina, sin medios para comunicarse y con pocos alimentos, los jóvenes improvisaron refugios con lonas, compartieron el agua que recolectaron de la lluvia y se turnaron para mantener la esperanza. No hubo brújula que los guiara, pero sí una fuerza interior que los mantuvo despiertos. Lo único que los rodeaba era la inmensidad del agua, y aún así, no se rindieron.

“La Pitufa”, la lancha en la que viajaban, no contaba con los elementos mínimos de seguridad marítima: ni radios, ni bengalas, ni chalecos para todos. Esa carencia, que se repite a diario en las costas del país, fue lo que hizo tan vulnerable su travesía. El capitán Sanabria aprovechó la oportunidad para hacer un llamado urgente a los navegantes y comunidades costeras: el mar no perdona la imprudencia. “Cada embarcación debe salir equipada, sin excepción”, recalcó.

La historia de estos cuatro jóvenes no es solo un final feliz; es también una advertencia. Colombia, con más de 3.000 kilómetros de costas, aún tiene enormes vacíos en cultura marítima y control de navegación. En muchas zonas, la necesidad obliga a los habitantes a desplazarse por el agua en condiciones precarias. Lo de Necoclí no debe ser apenas una anécdota con desenlace afortunado, sino una oportunidad para que las autoridades refuerzan medidas y las comunidades se concienticen.

Hoy, mientras sus familias celebran el retorno y los abrazan con lágrimas contenidas desde el domingo, queda la certeza de que la vida —a veces— se aferra incluso en la deriva. El mar los puso a prueba, pero también los devolvió. Y Medellín, Bogotá, Necoclí y todo el país celebran hoy no una noticia, sino una lección: en el océano, como en la vida, el destino puede cambiar cuando hay voluntad de resistir… y alguien que esté dispuesto a buscar.

Deportes