El gas que no llega: el aplazamiento de Sirius pone en jaque la seguridad energética de Colombia

El reciente anuncio de Ecopetrol y Petrobras sobre la comercialización temprana del gas del campo offshore Sirius, en el Caribe colombiano, parecía una bocanada de optimismo en medio del difícil panorama energético nacional. Sin embargo, la buena noticia se empaña con la confirmación de que el inicio de producción del proyecto se retrasa hasta 2030, un año más tarde de lo previsto. En un contexto donde el país ya depende de las importaciones para cubrir su déficit de gas natural, este nuevo aplazamiento amenaza con agravar la vulnerabilidad energética y elevar la factura de los hogares y las industrias.

Colombia vive hoy una paradoja energética: cuenta con un subsuelo prometedor, pero sin capacidad de respuesta inmediata. Desde diciembre de 2024, por primera vez en 45 años, el país se vio obligado a importar gas natural para cubrir su demanda interna. Lo que antes era símbolo de autosuficiencia, hoy se traduce en dependencia externa. De acuerdo con las proyecciones del Ministerio de Minas y Energía, si la producción local no repunta, hacia 2026 las importaciones podrían cubrir cerca del 40 % de la demanda nacional, un porcentaje que crece en la medida en que los proyectos locales se demoran.

El campo Sirius era visto como la gran apuesta para revertir esa tendencia. Se trata de un yacimiento costa afuera de enorme potencial, capaz de aportar más de 400 millones de pies cúbicos diarios, según estimaciones iniciales. Su entrada en operación en 2029 permitiría reducir las importaciones y aliviar las presiones sobre la balanza energética. Pero los retrasos, motivados por la compleja tramitología y los más de 120 procesos de consulta previa con comunidades, amenazan con extender los plazos y con ello aumentar los costos y la incertidumbre.

El desafío no es menor. Cada mes de retraso en Sirius significa un mayor gasto en importaciones, que se pagan a precios internacionales y con una huella ambiental más alta. A esto se suma la limitada infraestructura para recibir gas importado: hoy solo la planta de regasificación de Cartagena está en funcionamiento, y la de Buenaventura sigue sin fecha de entrada. El resultado es un sistema frágil, dependiente de condiciones externas, y expuesto a los vaivenes del mercado internacional.

Para los expertos, el país enfrenta una encrucijada. Por un lado, urge acelerar la transición energética hacia fuentes limpias y sostenibles; por otro, no puede abandonar la seguridad energética que garantiza el gas natural como fuente de respaldo. En ese delicado equilibrio, proyectos como Sirius son fundamentales para evitar un colapso de suministro que afectaría tanto a los hogares como al sector industrial, especialmente en regiones donde el gas es vital para la generación térmica y la producción de alimentos.

Ecopetrol, consciente de la magnitud del reto, ha reiterado su compromiso con la alianza con Petrobras y con mantener los cronogramas dentro de márgenes realistas. Sin embargo, el ambiente político y social no facilita la tarea. Las exigencias ambientales, las consultas con comunidades étnicas y los permisos regulatorios se han convertido en cuellos de botella que frenan la ejecución de proyectos estratégicos, incluso cuando cuentan con respaldo técnico y financiero.

En paralelo, el Gobierno insiste en diversificar la matriz energética, pero los avances en energías renovables no compensan todavía la brecha que deja el gas. El riesgo es que el país quede atrapado en una doble dependencia: la de combustibles fósiles importados y la de proyectos de transición que avanzan más lento de lo esperado. El aplazamiento de Sirius no solo posterga un proyecto industrial, sino que retrasa la posibilidad de una transición ordenada y soberana.

El horizonte de 2030 parece lejano, pero el tiempo corre en contra. Cada día que pasa sin producción local de gas, Colombia paga más por su energía y se expone a apagones o restricciones industriales. El futuro de la seguridad energética dependerá de si el país logra destrabar proyectos como Sirius y, al mismo tiempo, acelerar la inversión en renovables. Mientras tanto, el gas que no llega sigue siendo el símbolo más claro de una nación que, por burocracia o indecisión, ha puesto en pausa su autosuficiencia.

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