En un nuevo episodio que confirma la vocación cíclica del gobierno de Gustavo Petro, Juan Carlos Florián volverá a ocupar el cargo de ministro, apenas días después de que el propio presidente aceptara su renuncia. Mientras Petro asiste a la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York, su equipo ya alista el regreso del politólogo javeriano, quien ha sido una figura polémica desde su llegada a las altas esferas del Ejecutivo. Todo apunta a que su hoja de vida será subida nuevamente a la plataforma oficial en cuestión de días.
Florián, quien ya había trabajado con Petro en la Secretaría de Integración Social de Bogotá, tuvo una tensa convivencia como viceministro con su antecesor, Carlos Rosero. La relación entre ambos fue fría, distante, marcada por diferencias políticas y personales. El quiebre definitivo ocurrió cuando Petro, en medio de un Consejo de Ministros transmitido por RTVC, cuestionó públicamente a Rosero con una frase que fue leída por muchos como un exabrupto racial: “Nadie que sea negro me dice que hay que excluir a un actor porno”. La frase encendió las alarmas en sectores afrodescendientes y fue duramente criticada incluso por aliados como el excanciller Luis Gilberto Murillo.
Tras la salida de Rosero, la llegada de Florián no trajo calma, sino nuevas tormentas. Su nombramiento desbalanceó la paridad de género en el gabinete, encendiendo las alertas de los movimientos feministas que habían respaldado a Petro durante la campaña. La incomodidad se convirtió en indignación con algunos gestos recientes del presidente: toques innecesarios a una funcionaria y frases como aquella en la que sugirió que “si las mujeres conectan el clítoris con el cerebro, serán grandes mujeres”, pronunciada en un consejo de ministros. El tratamiento del feminismo y del enfoque de género ha sido, por lo menos, errático y contradictorio.
Los sectores que confiaron en las promesas de transformación del actual gobierno —como las escritoras feministas, congresistas progresistas y líderes de opinión— han comenzado a alejarse. Figuras como Carolina Sanín, Katherine Miranda o Catherine Juvinao han señalado el incumplimiento de los compromisos adquiridos con las mujeres, las diversidades y las luchas históricas que el petrismo decía encarnar. Petro, que en campaña se vistió con la bandera morada feminista, parece hoy caminar en dirección contraria.
Intentando frenar el creciente rechazo al nombramiento, Florián sorprendió al autodefinirse como persona “no binaria” y “fluida”. Esta identificación, hecha en medio del escándalo, fue vista por muchos como una maniobra política más que como una afirmación genuina. A pesar de su pedido de ser llamado “ministra”, los documentos oficiales del gobierno lo nombra en masculino, y no hay claridad sobre el alcance real de su autodefinición en términos institucionales.
Este episodio, más allá de los gestos personales, refleja una tensión estructural en el gabinete: la contradicción entre la promesa de un gobierno del cambio y la práctica de un gobierno que recicla nombres, reproduce errores y desatiende compromisos asumidos con sectores sociales clave. La figura de Florián se convierte así en símbolo de una administración que, cada vez más, parece enredada en sus propias paradojas.
Con el regreso inminente de Florián al ministerio, el gobierno de Petro no solo profundiza su aislamiento frente a ciertos sectores sociales, sino que también confirma una tendencia peligrosa: la de confundir audacia con terquedad, y renovación con reciclaje. En política, los enroques pueden ser útiles en el ajedrez, pero en el gobierno suelen tener costos profundos. Y en este caso, parecen pagarlos sobre todo las mujeres.