La construcción del metro de Bogotá, un proyecto tan necesario como controversial, sigue siendo uno de los principales puntos de discordia entre las figuras políticas más relevantes del país. El reciente intercambio de acusaciones entre el presidente Gustavo Petro y la exalcaldesa Claudia López ha reavivado el debate sobre la ejecución de la primera línea del sistema de transporte subterráneo de la capital. A pesar de los avances, el tema sigue polarizando, con ambos bandos presentando sus propios argumentos sobre quién tiene la razón en este largo proceso.
El presidente Petro, en un tono visiblemente molesto, acusó a Claudia López de “traicionarlo” en varias ocasiones, particularmente en relación al metro de Bogotá. Según Petro, la exalcaldesa prometió apoyarlo en su plan para tumbar el contrato del metro elevado y sustituirlo por uno subterráneo, pero, al final, optó por seguir adelante con el proyecto de su antecesor, Enrique Peñalosa. “No hay mujer que me haya traicionado más que Claudia López”, expresó en una reciente transmisión del Consejo de Ministros, lo que dejó claro el profundo resentimiento que aún persiste entre ellos.
Por su parte, Claudia López no tardó en responder, calificando las declaraciones de Petro como un ataque sin fundamento. En un video difundido a través de sus redes sociales, López le recordó al presidente que, en realidad, fue él quien traicionó la confianza de millones de colombianos al incumplir sus promesas. “El único que ha traicionado a Colombia, presidente, es usted”, sostuvo, haciendo énfasis en que el verdadero desafío era lograr que el proyecto del metro siguiera adelante, algo que ella, en su calidad de exalcaldesa, logró hacer.
El conflicto radica en el hecho de que, aunque ambos políticos coinciden en la necesidad de un metro para Bogotá, sus enfoques y prioridades son diferentes. Petro, en su papel de alcalde, impulsó la idea de un metro subterráneo, argumentando que sería más eficiente y menos invasivo para la ciudad. Sin embargo, la exalcaldesa Claudia López, aunque inicialmente compartió esa visión, se vio obligada a mantener el proyecto elevado debido a los compromisos legales y contractuales que ya estaban en marcha. Detener el proyecto hubiera implicado un largo litigio y, sobre todo, una demora aún mayor en la entrega de un sistema de transporte tan esperado por los bogotanos.
El debate sobre el metro también pone de manifiesto las tensiones internas dentro del petrismo, que, a pesar de ser un gobierno con fuertes aspiraciones de cambio, se encuentra atrapado en las complicaciones de la política local. El actual alcalde, Carlos Fernando Galán, ha defendido la continuidad del proyecto, recordando que la ciudad no puede permitirse más retrasos en un sistema de transporte que ya lleva décadas de promesas incumplidas.
Lo cierto es que, a pesar de las diferencias ideológicas y las peleas personales, el metro de Bogotá ha avanzado, aunque a un ritmo lento. Los bogotanos han tenido que esperar demasiado por una infraestructura básica que ha sido tema de discusiones políticas más que de decisiones concretas. La primera línea del metro está en marcha, pero sigue siendo una herencia de decisiones políticas anteriores, lo que genera fricciones constantes entre los actores clave en el gobierno.
La situación también deja en evidencia la dificultad de tomar decisiones de gran calado en una ciudad como Bogotá, donde las promesas de campaña y los intereses personales a menudo se cruzan con las exigencias de un proyecto que debe ser viable en el largo plazo. Si bien el metro es una necesidad urgente, las tensiones políticas continúan opacando lo que debería ser una prioridad de todos: mejorar el sistema de transporte de la capital.
En este contexto, la pelea entre Petro y López no es solo un conflicto personal, sino un reflejo de las dificultades políticas que enfrenta Bogotá para transformar sus proyectos en realidad. Con la primera línea del metro ya en construcción, lo que queda por ver es si los intereses políticos de los distintos actores seguirán interfiriendo en el progreso de un proyecto que, al final, debería beneficiar a todos los bogotanos, más allá de las luchas de poder.