El Caribe se tensa: EE. UU. y el juego oculto detrás del cerco a Maduro

Desde hace semanas, los vientos en el Caribe soplan con la fuerza de los portaaviones. Mientras la administración de Joe Biden mantiene su discurso oficial de lucha contra el narcotráfico, un informe del New York Times ha encendido las alarmas en América Latina: el verdadero objetivo del creciente despliegue militar estadounidense no sería otro que precipitar la salida de Nicolás Maduro del poder. Una posibilidad que parecía olvidada tras los diálogos de México y Barbados, pero que ahora regresa con el peso de los cazas F-35 y buques de guerra cruzando el mar Caribe.

El artículo, basado en fuentes militares, diplomáticas y de inteligencia, sostiene que detrás de la narrativa antidrogas se esconde una estrategia más audaz y riesgosa: operaciones clandestinas que podrían estar en marcha para desestabilizar al régimen chavista desde dentro. La presencia de fuerzas de élite en zonas estratégicas del Caribe, junto con maniobras cada vez más frecuentes cerca del territorio venezolano, sugiere que Washington estaría considerando intervenir directamente, aunque sin reconocerlo públicamente.

Hasta ahora, el Pentágono ha desplegado al menos ocho buques, aviones de vigilancia, submarinos y más de 4.500 soldados en el área. A esto se suman aviones de combate estacionados en Puerto Rico, un enclave militar de primera línea para cualquier operación hacia América del Sur. Oficialmente, se trata de una respuesta a las rutas del narcotráfico que, según Washington, pasan por Venezuela rumbo a Centroamérica y EE. UU. Pero expertos consultados por el Times aseguran que ese argumento, aunque útil, es apenas un manto para lo que realmente se estaría fraguando: el cambio de régimen.

Este tipo de maniobras encaja con el patrón histórico de las intervenciones estadounidenses en la región. Los casos de Panamá en 1989 o República Dominicana en 1965 son recordatorios de cómo EE. UU., con la excusa de proteger la seguridad hemisférica, ha tomado el camino de las armas para resolver impasses políticos. En el caso venezolano, la justificación se ha ido cocinando a fuego lento desde la era Trump, cuando el expresidente incluso habló abiertamente de una invasión.

Sin embargo, los tiempos son distintos. En Venezuela, aunque el chavismo mantiene el control del poder, el país enfrenta una crisis interna aguda y un creciente rechazo internacional. La reciente ruptura de los acuerdos de Barbados, las tensiones con Guyana por el Esequibo y la persecución contra la oposición han devuelto a Maduro al radar geopolítico de Washington. Para algunos sectores del Departamento de Estado, esta podría ser una oportunidad «histórica» de reconfigurar el mapa político del continente.

Pero no todos dentro de EE. UU. ven con buenos ojos una acción directa. El riesgo de una escalada militar que desestabilice aún más a la región, o que provoque un éxodo masivo de venezolanos hacia Colombia y Brasil, genera escepticismo incluso entre los aliados demócratas del presidente Biden. De ahí que cualquier operación —si realmente está en marcha— tendría que ser quirúrgica, encubierta y con un objetivo claro: debilitar a Maduro sin desencadenar una guerra abierta.

Mientras tanto, en Caracas, el régimen no ha pasado por alto el mensaje. En respuesta al movimiento militar estadounidense, el gobierno venezolano ha intensificado sus propias maniobras defensivas, movilizando tropas, exhibiendo misiles y recurriendo al viejo discurso del imperialismo yanqui para consolidar apoyos internos. Maduro sabe que, aunque debilitado, aún conserva recursos —tanto militares como políticos— para resistir una embestida.

La comunidad internacional, por su parte, camina sobre una cuerda floja. Algunos gobiernos latinoamericanos observan con preocupación lo que consideran un posible retorno de las políticas intervencionistas de la Guerra Fría, mientras otros —particularmente los cercanos a Washington— podrían ver con buenos ojos una acción que termine de remover a uno de los regímenes más controversiales del continente. Europa, aunque más prudente, no ha sido ajena al debate.

Lo cierto es que, más allá del discurso oficial, el Caribe está viviendo una militarización sin precedentes en años recientes. Y cuando los aviones invisibles sobrevuelan en silencio y los submarinos cruzan sin ser detectados, lo que está en juego no es solo un régimen, sino el equilibrio frágil de toda una región. La historia ha demostrado que los fuegos que empiezan en Caracas pueden incendiar también a Bogotá, Quito o La Habana. Por ahora, nadie ha disparado. Pero el silencio que precede a las tormentas se ha instalado ya en las aguas del Caribe.

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