El contador, figura discreta y meticulosa del tejido empresarial, podría ser pronto apenas una referencia nostálgica en la historia del trabajo. El Foro Económico Mundial ha trazado una línea inquietante sobre el porvenir laboral del planeta: hasta 92 millones de empleos desaparecerán hacia 2030 debido al avance indetenible de la inteligencia artificial (IA). Ya no hablamos de hipótesis ni de ficciones tecnológicas, sino de una transformación real que comienza a desplazar trabajadores en silencio, como una marea que avanza sin anunciarse, pero que arrastra certezas antiguas y métodos tradicionales.
Según el más reciente Informe sobre el Futuro del Empleo del Foro, la revolución tecnológica que atraviesa el mundo traerá consigo también una renovación laboral: mientras 92 millones de trabajos desaparecerán, se crearán cerca de 170 millones de nuevas plazas en áreas aún en formación. El balance, en principio, parece positivo. Pero la aritmética no alivia el vértigo de quienes sienten que su rol, tan humano como imprescindible hasta hace poco, se convierte en un algoritmo replicable. Los más golpeados: cajeros, agentes postales, contadores y asistentes administrativos, pilares silenciosos de la economía diaria.
Sam Altman, el rostro visible de OpenAI, fue tajante en su más reciente intervención ante la Reserva Federal de Estados Unidos: “la destrucción de empleos es inminente”. Sus palabras, lejos del dramatismo, reflejan una realidad que ya se palpa. La IA hoy puede entender una consulta, dar soporte técnico, analizar bases de datos y ejecutar instrucciones sin necesidad de intervención humana. Y lo hace en segundos, sin cansancio, sin pausas para el almuerzo ni distracciones de oficina. Es eficiencia en estado puro, pero también es un espejo inquietante de lo que está por perderse.
A esta era se le ha bautizado con una etiqueta elegante: la Cuarta Revolución Industrial. Pero detrás del término técnico hay una sacudida de proporciones profundas. La automatización ya no es un fenómeno del futuro. Es el presente mismo. El WEF entrevistó a más de 1.000 empleadores de todos los rincones del mundo, representando a más de 14 millones de trabajadores. De ese universo, emergió una lista concreta de 15 profesiones en peligro inminente. El denominador común entre ellas: tareas repetitivas, procesos previsibles y roles que una máquina puede aprender en semanas.
De todos los sectores evaluados, los servicios postales lideran la caída: 37 de cada 100 empleos desaparecerán. El sistema financiero no se queda atrás. La figura del cajero, que alguna vez simbolizó la confianza directa entre banco y cliente, también está condenada a menguar: se estima que disminuirán hasta en un 30 %. La contaduría, en su versión tradicional, también enfrenta su eclipse. Ya existen softwares que, sin error, sin fatiga y con actualizaciones permanentes, reemplazan funciones que antes solo dominaba el ojo humano experto.
No se trata de alarmismo, sino de preparación. Las profesiones no están muriendo: están mutando. El reto, entonces, no está solo en frenar el avance de la tecnología (empresa inútil y quijotesca), sino en adaptar el talento humano a nuevas formas de creación de valor. Educación continua, reconversión laboral y políticas públicas con visión de futuro son las herramientas con las que gobiernos, empresas y trabajadores deberán responder al vértigo de esta nueva era.
Así, mientras los robots aprenden a hacer cuentas, programar y atender llamadas, la gran pregunta no es cuántos empleos desaparecerán, sino cómo lograremos reconfigurar el trabajo para que la humanidad no pierda su lugar central. En un mundo donde las máquinas ya no descansan, ¿seremos capaces de reinventar nuestra utilidad, nuestra creatividad, nuestro sentido del hacer? Esa será, sin duda, la batalla más importante del siglo.