Bucaramanga rugió en Brasil, pero se quedó sin Sudamericana

En una noche que se antojaba épica, Atlético Bucaramanga tocó el cielo con las manos en tierras brasileñas, pero lo perdió en la ruleta de los penaltis. El equipo colombiano venció 1-0 a Atlético Mineiro em Belo Horizonte, igualó la serie de la Copa Sudamericana y encendió las ilusiones de un país que veía en el Leopardo la fuerza para hacer historia. Sin embargo, la historia, caprichosa como es, tenía otros planes. Desde el punto penal, la suerte fue esquiva y los dirigidos por Leonel Álvarez vieron cómo se les escapaba el sueño continental al caer 3-1 en la tanda.

El gol de la esperanza llegó al filo del primer tiempo, cuando Jéfferson Mena se elevó con la determinación de quien sabe que el instante es ahora o nunca. En un tiro de esquina ejecutado con precisión quirúrgica, Mena cabeceó con fuerza y colocación, venciendo al arquero Everson, que hasta ese momento había sido un espectador más. Fue un grito desgarrado el que salió de los pechos bumangueses, un rugido que cruzó fronteras, que despertó la fe y que silenció por instantes a la afición brasileña.

El tanto del defensor fue más que una anotación: fue una declaración de intenciones. Bucaramanga no fue a defenderse ni a esperar un milagro: fue a jugar, a imponerse, a dar el golpe en la mesa del continente. En el segundo tiempo, el equipo colombiano no bajó los brazos. Por el contrario, puso contra las cuerdas al gigante brasileño, y de no ser por las intervenciones del portero Everson, la historia podría haber terminado en la gesta perfecta.

Pero el fútbol, como la vida, también se escribe con lo imprevisible. Tras el pitazo final, la emoción contenida se transformó en nervios. Llegó el momento de los penaltis, esa lotería en la que tantas hazañas se diluyen. Y allí, donde los corazones se detienen y las piernas tiemblan, Everson volvió a erigirse como el muro infranqueable. Atajó, intimidó, y vio cómo los colombianos erraron sus disparos con la impotencia de quien lo ha dado todo.

Carlos Henao y el propio Mena, héroe en el tiempo reglamentario, fallaron en el momento decisivo. Dos especialistas, dos hombres de experiencia, que no lograron vencer el arco contrario. El silencio se apoderó del banco colombiano, mientras los brasileños celebran con la euforia del que ha estado al borde del abismo y logra salir ileso. Bucaramanga, noble en la victoria y digno en la derrota, bajó la cabeza sin perder la honra.

Leonel Álvarez, curtido en estas lides, reconoció el esfuerzo de sus muchachos y dejó entrever el dolor que sólo conocen quienes lo han rozado todo. «Nos vamos con la frente en alto», dijo, mientras sus pupilos, abatidos, agradecen a los hinchas que cruzaron un continente para alentarlos. El técnico antioqueño supo dar forma a un equipo que creyó en sí mismo, que se midió con los grandes y que dejó una huella imborrable.

Así se despide Bucaramanga de la Copa Sudamericana: con el pecho inflado, el alma herida y el orgullo intacto. Porque a veces perder también es una forma de ganar, y porque en el corazón de sus hinchas ya no es un equipo más, sino un símbolo de lucha y coraje. La historia no les dio el trofeo, pero sí el respeto del continente. Y eso, en el fútbol, también vale

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