El Deportivo Independiente Medellín, ese club que enciende pasiones en la capital antioqueña y más allá de sus fronteras, vuelve a situarse en la antesala de la gloria. Luego de una campaña de resiliencia, en la que fue último en clasificar entre los ocho semifinalistas, el equipo de Alejandro Restrepo ha mostrado carácter y fútbol para asegurar su lugar en la gran final de la Liga BetPlay. Con una jornada aún por disputar en los cuadrangulares, el “Poderoso” ya se hizo inalcanzable en el Grupo A y sueña, con argumentos, con su séptima estrella.
El domingo, en un Atanasio Girardot que vibró con el corazón en la garganta, el DIM venció 2-1 al Deportes Tolima, consolidando una campaña que ha ido de menos a más. La celebración no fue solo por la victoria: fue por el renacer de un equipo que supo superar su falta de gol, que aprendió a sufrir y que, finalmente, recompensó la fidelidad de una hinchada que nunca dejó de creer. El paso a la final no es fruto del azar: es el resultado de un proyecto serio que encontró en Restrepo un arquitecto meticuloso del juego y el espíritu.
Desde que en 2002 se instauraron los torneos cortos en el fútbol profesional colombiano, el Medellín ha sido un visitante frecuente en las finales: con esta, suma doce apariciones. Sin embargo, solo ha podido alzar la copa en cuatro ocasiones bajo este sistema. Las consagraciones llegaron en 2002-II, 2004-I, 2009-II y 2016-I. A ellas se suman los títulos obtenidos en 1955 y 1957, cuando aún se jugaba un solo campeonato por año. La historia, sin embargo, también ha sido esquivada en más de una ocasión.
El peso de las finales perdidas no es menor. Con 12 subtítulos en su haber, el DIM comparte con Atlético Nacional el segundo puesto entre los equipos que más veces han caído en la última instancia, sólo por detrás del Deportivo Cali, que lidera este registro con 14. Esa cifra habla de una constante: la capacidad del Medellín para llegar lejos, aunque no siempre con final feliz. Sin embargo, los golpes han forjado un carácter, una piel gruesa que hoy lo mantiene firme en su nueva oportunidad.
Pero este no es momento para los lamentos. La historia que vale recordar es la de las cuatro estrellas forjadas a pulso en los torneos cortos. En 2002-II, con Pedro Sarmiento en el banquillo, el equipo rompió una sequía de 45 años sin título. En 2004-I, de la mano de Víctor Luna, repitió la hazaña. En 2009-II, con Leonel Álvarez al mando, llegó la tercera. Y en 2016-I, con Leonel nuevamente como guía, el rojo antioqueño celebró su más reciente consagración. Cada una de esas gestas permanece intacta en la memoria colectiva de su gente.
El Medellín ha aprendido que cada título tiene su propio aroma, que la gloria nunca es gratuita y que cada final es un abismo entre la ilusión y el dolor. Esta nueva cita con la historia, la número doce en torneos cortos, se presenta como una oportunidad para reescribir el desenlace, para que el esfuerzo tenga la recompensa merecida. Con el plantel motivado, una idea de juego consolidada y el aliento incondicional de su hinchada, el “Rey de Corazones” está en posición de aspirar a más que una medalla de plata.
De aquí en adelante, todo es posible. Medellín sabe lo que es sufrir y también lo que es celebrar. En sus calles se respira esperanza. La final que se avecina no será sencilla, como nunca lo ha sido para el club, pero esta versión del Poderoso parece estar lista para romper el molde de la estadística y escribir una nueva página dorada. Porque si algo ha demostrado el DIM a lo largo de su historia, es que no hay final imposible cuando se juega con el corazón